No
puedo creerlo, ¡no puedo creerlo! Estoy extasiada —ok, eso sonó feo—, ¡sí! Casi
grité cuando acepté estar de nuevo en el restaurante. Sí, estoy de nuevo ahí.
¿Puedes notar lo emocionada que estoy? ¡Yaaaay! No sé cómo pasó, pero estoy
dentro de nuevo. Y aunque comenzaré desde cero nuevamente, no importa: no sé
que pasó por mi cabeza cuando decidí renunciar. Momento de locura, claro. Ahora sí aprovecharé esto.
Pero
por lo mientras no podría empezar hoy, lo haría mañana. Vida corriente y normal de antes: ven a mí. Cuando se lo conté a
Santiago no lo creyó: pensó él que el jefe me regañaría por distraerlo o algo
así. Ahora solo faltaría retomar las clases perdidas de aikido: necesito
despejarme de tanta porquería de hoy; ojalá y el maestro me aceptara. A veces
es tan difícil.
Santiago— Bitch: te amo. Mañana estarás acá de nuevo —su sonrisa se ensancha.
(Tú)— Ya lo sé, no me lo recuerdes
¿quieres? —suspiro— Bueno, me tengo que ir a arreglar asuntos con el profesor
Useshiba. Cuídate y... nos vemos luego —digo y beso su mejilla.
Santiago— Oye, pero ya no me contaste por…
Ya no escuché más, me había ido de ahí ya.
Entre menos me preguntara Santiago lo sucedido mejor: así no caería en mí algo
de remordimiento.
*
* *
(Tú)— ¿Para el próximo jueves? —le digo al
maestro en un chillido— ¿Por qué? —fruncí el ceño.
Useshiba— No me discuta, alumna. El jueves
la veo en un combate —sonríe.
(Tú)— Pero si ni siquiera he practicado…
nada —alzo mis cejas.
Useshiba— Recuerda que tú eres la mejor de
todos mis alumnos: podrás dominar la situación. Ya te has enfrentado a chicos
de mayor grado que tú —pone una mano en mi hombro.
(Tú)— Eso es algo personal, ¿verdad? —lo
miro con recelo.
Useshiba—No, solo una pequeña lección —se
encoge de hombros—: para que aprendas a no dejar tanto tiempo el aikido.
Unas leves palmadas en el hombro y luego se
fue. Voy a pelear contra Jessica Miller.
¿Ah? ¿Ven? A veces este señor se pone difícil: tengo que pelear contra
Jessica para así poder volver a mis clases. Suspiro, niego con la cabeza y
salgo de la escuela a trote. No es cómodo traer ropa más ‘fashion’: me siento
como yo. Bueno, al menos ya di el primer paso: el maestro si aceptó que
volviera; y no tuvo que decir que yo era la mejor de todos: hace que me dé mis
aires de grandeza por tiempo indefinido.
Mi celular suena, pero no puedo contestar:
continúo trotando. Si hago pausas mis piernas lo pagarán.
*
* *
Llego
a casa con la camisa a cuadros totalmente sudada y la nariz goteándome de
sudor. Me dejo caer el sofá y saco todo de mi mochila, miro la hora en el reloj
y son la 1.22 pm. Hoy es miércoles y solo tengo unos dos días y contando para
entrenar duro todo lo que he aprendido: Jessica es dos grados mayor que yo y
cualquier movimiento en falso me costará caro; más aparte de que ella me odia
por ser la ‘preferida’ del maestro… Esto no tendrá un lindo final.
Me levanto y voy a mi habitación para tomar
ropa y darme un buen baño, comeré y luego a entrenar. Puse algo de música y
luego me fui al baño; antes de que sonara cualquier canción mi celular sonó,
cosa que ignoré, ya estaba en el baño… sin ropa. Me bañé y medité un poco lo de
hoy: Bill despierta (¡genial!), pasamos un buen rato (y yo sonrojándome por lo
que me decía ese tipo), llega su mamá (¡nooo!) y se arma el pleito, salgo como
perdedora y ahora vuelvo a mi vida. Me sorprende que no le haya pedido a Bill
aunque no me la mereciera: mínimo me hubiera dicho algo antes de que me fuera,
no que se quedó así… en silencio.
Termino
de bañarme y salgo del baño, me peino y hago demás cosas. 1.56 pm. Saco mis
bastones y navajas de un lugar especial y las pongo en la cama; esto del
entrenamiento me lo estoy tomando muy en serio. Si llega a venir Santiago y me
ve así se va a confundir más de lo que ya está.
Con todas mis cosas en una bolsa especial
me siento en el sofá, tomo el celular —que por fin se había callado— y lo
enciendo: 4 llamadas perdidas. Seguramente era un número equivocado: suele
pasar que con un número que cambies la llamada sale a otro teléfono. El número
no lo conozco. Dejo el teléfono y voy a prepararme algo de comida para llevar:
no estaré en casa en casi toda la tarde. Termino y le mando un mensaje a
Santiago:
“Estaré en el parque que está cerca de mi casa por si
necesitas algo.
PD: lo de ir a visitar a Bill sigue en pie cierto?”
Envío el
mensaje Y antes de que deje el celular suena: otra vez el número desconocido. Ya
estoy lista, y el celular sigue sonando; salgo de casa y camino hacia el
parque. Suspiro y decido contestar.
(Tú)—
¿Hola? —digo algo exasperada.
X— Con
que ¿ya no te haces responsable de mí? —preguntó serio.
(Tú)— Oh,
¡demonios! —exclamo. Esto no podía ser cierto— Mira, si lo que quieres es
molestare, hazlo: no lo lograrás —bufo.
X— ¿Esto
es una clase de venganza, (Tú)? Créeme: ya lo estoy pagando caro —bufó.
(Tú)— No,
esto no es una venganza, Bill: estoy comportándome como una persona racional.
Ya que está ahí tu madre ella se hará cargo de cuidarte, desvelarse por ti y
estar al tanto tuyo: es hora de intercambiar papeles —digo.
Bill—
¡Eso es una venganza! (Tú): yo te creí más a ti —dijo.
Eso me
tomó por sorpresa, pero aún no dejaba de estar indignada: dice que me creyó a
mí, pero no me impidió el haberme ido.
Bill— No
te dije nada porque quería ver tu reacción: quería que dijeras algo, pero nada…
Por un momento pensé que lo que me
habías dicho tú era falso.
(Tú)— Oh,
fíjate que coincidencia: tú no dices nada para ver mi reacción y yo no digo
nada para que tú me digas algo: obviamente no se iba a poder. Bueno ya, ¿qué
quieres? Tengo algo que hacer urgentemente —dije ya exasperada.
Bill— ¿Es
en serio? —suelta una risa irónica— (Tú): me desesperas mucho y me enfermas.
(Tú)—
¿Ah, sí? Pues al…
Aprieto
los ojos y no digo nada. Soy buenísima para herir a las personas con unas
cuantas palabras. Serenidad y paciencia…
(Tú)—
¿Qué quieres? En serio, estoy algo ocupada —sigo caminando. Ya casi llego al
parque.
Bill—
Uno: que vengas de vuelta conmigo; dos: no soporto a mi mamá y ni siquiera está
aquí. Se ha ido. Tres: te necesito conmigo, ¿es tan difícil entenderlo? —dice
también exasperado.
“Te necesito conmigo, ¿es tan difícil
entenderlo?”, esas palabras me tomaron más por sorpresa. ¿Tú que pensarías
al escuchar esto? Cof, cof, LE GUSTO,
cof, cof, MALDICIÓN. Camino más rápido sin decir nada, llego al parque y
dejo mis cosas en el primer árbol que encuentro, comienzo a golpear a este
último y con mis manos.
(Tú)—
¡Por Dios! Bill, ay, no digas esas cosas porque me confundes —digo
intranquila—. Uno: hice todo esto para que tu madre tomara un poco más de
conciencia. Quiero que tenga más responsabilidad sobre ti; dos: he renunciado a
ti, aunque suene extraño, y ahora ya no se puede hacer nada pero no te
preocupes: Santiago te va a visitar para charlar largamente; tres: yo también
he gastado tiempo en cuidar, no crees que ya necesito volver a mi vida normal.
¿Es tan difícil entenderlo? —suspiro.
Bill—
¿Qué? ¿Santiago vendrá? —exclamó— Necesito una explicación sobre eso —ordenó.
(Tú)—
Sería una sorpresa: y eso sigue en pie ¿ah? Tal vez después de eso yo me
hubiera colado a la conversación y todos estaríamos felices y contentos.
Lamento decirte esto, pero de no haber sido por tu mamá… yo no estaría aquí, de
vuelta a mi vida —me encojo de hombros.
Bill— ¿Me
estás diciendo que yo era una carga para ti? —preguntó.
(Tú)—
¡Ay! ¡Me desesperas, Bill! Siempre piensas lo peor —frunzo el ceño y vuelvo a
golpear el árbol repetidas veces con mi puño derecho—: tú no eras una carga
para mí, pero… NECESITO TIEMPO PARA MÍ.
Bill— Ya,
no hables más: me has decepcionado —dice.
(Tú)—
¿Por qué? Solo estoy diciendo la verdad. ¡Oh, joder: mátame Dios! —exclamo y me
pego en la frente con la mano— Bill…
Bill—
Cállate: eres una pena.
(Tú)—
Escúchame con un carajo —suspiro. Debo mantener la calma—: esté o no esté allá
en el hospital siempre voy a preguntar por ti. No creas que por el hecho de que
esté acá afuera significa que me voy a olvidar de ti: todavía me preocupas…
Solo… mira, ya nada. Tú mamá la cajeteó y feo ¿ok? Adiós: cuídate mucho.
Bill— No,
no, no: ¡no puedes dejarme colgado! Yo no quiero a mi mamá conmigo: te quiero a
ti. Mi mamá es aburrida y tú no: siempre tienes algo para contarme; ella habla
de trabajo y se la pasa en el teléfono y tú me sacas risotadas con cualquier
cosa que hagas. (Tú) —susurró.
(Tú)— No
me hagas volver allá: hoy ha sido un día perfecto para mí y no debo arruinarlo
—digo—. Estaré al tanto de ti ¿ok? Adiós.
Un “¡no, (Tú)…!” fue lo último que escuché.
Colgué y casi estrellé mi celular en el árbol, dejándome caer al suelo. Bill es
tan… ¡agh! Tonto, tonto, ¡tonto!
Arranco algo de pasto y respiro profundamente: debo estar tranquila para
entrenar. No podré pelear si estoy así. Me levanto rápidamente, saco un bastón
de bambú y lo miro: esto será sencillo. Lo giro con mi mano y golpeo suavemente
el árbol.
Serenidad y paciencia, (Tú).
* * *
•Narrador omnisciente:
No sé cómo pude aceptar esto: debí haberle dicho que no. Estaré como
idiota ahí con él: ¿qué le voy a decir? Oh, maldita (Tú): tú y tus formas de
hacer las paces, pensó Santiago en su cabeza. A decir la verdad él
no estaba cómodo con esto: tener que enfrentar a Bill después de tremendo show
que pasó contigo aquella vez no era muy agradable. Aceptó ir a visitarlo solo
porque tú se lo habías pedido y si te decía un no seguramente le rogarías todo el rato hasta que dijera sí.
Salió del
elevador y notó a Shannon, que ya había visto una vez, le hizo un gesto con la
cabeza y la otra se le acercó. Al parecer ella ya sabía que él vendría a ver a
Bill.
Shannon—
Su mamá se fue desde hace rato, chico: tardará en volver otro rato —dice
seria—. Me cae mal: ¿a ti no? Como es posible que deje a su hijo: ahorita (Tú)
estaría aquí, pero no —se cruza de brazos.
Santiago
no entendió nada de eso. Ni siquiera sabía que la mamá del tipo que le caía mal
estaba aquí. ¡Y ni siquiera fue capaz de
contarme la razón del por qué no está cuidado de Bill! ¡Oh, (Tú)!, se dijo
Santiago. Solo asintió y decidió averiguar otro poco más: necesitaba saber algo
de importancia. No por cualquier estupidez habrías dejado a chico rubio allá
abandonado en una cama de hospital.
Santiago—
¿Ambas tuvieron una pelea? —preguntó intrigado.
Shannon—
Sí: al parecer volvió a meterse sin permiso a la habitación, pero bueno… eso ya
que te lo cuente (Tú). Entra, rápido antes de que llegue la señora —dice.
Santiago—
Gracias —dice y se va.
Ojalá esté dormido, ojalá esté dormido.
No quería ver a Bill por dos razones: uno: odiaba ver a hombres enfermos —o
golpeados—; y dos: él sería quién pondría fin a la vida de Bill. A veces,
Santiago suele ser rencoroso.
Entró a
la habitación y se encontró a un Bill… frío. Todas las ‘cortadas’ que tenía aún
se veían como la primera vez; los moretones ahora habían tomado un color azul
—que se veían terriblemente mal, sobretodo porque que Bill era de piel blanca—,
la cara aún no se le veía del todo: apenas sus ojos con grandes ojeras y un
moretón apenas visible en el ojo izquierdo, y su boca sin color… parece que
estaba muerto. Santiago al verlo casi se marea: aún no se acostumbraba a verlo
así. Peor aún, sentía más feo al verlo dormido en días anteriores: ahora Bill
estaba consciente de todo.
Bill
miraba a la gran ventana que daba vista a la gran Nueva York salpicada de luces
y luces por todos lados. Al sentir la presencia de Santiago giró algo brusco su
cara; ambos se miraron.
Santiago—
Kaulitz —dijo con frialdad.
Bill—
Santiago: al fin puedo verte la cara —dijo algo irónico.
Santiago—
Mmm, ¿puedo… sentarme? —señaló el sofá.
Bill—
Claro —asintió.
Con algo
de lentitud se sentó en el sofá y recargó sus codos en sus piernas,
entrelazando sus dedos. No sabía que decir: era la situación más incómoda en la
que estaba. Su celular sonó. Era un mensaje tuyo.
“Suerte :*”
Frunció el
ceño y rápido te contestó.
“Suerte es la q vas a necesitar tu: no me has contado
nada. Ests en gravs problemas mocosa”.
Envió el
mensaje y luego guardó su celular. Era hora de hablar o callar, aunque él
hubiera preferido mejor largarse de ahí.
Santiago—
¿Cómo vas? —preguntó.
Bill—
Normal —dice sin interés—. ¿En dónde está, (Tú)? —espetó.
Santiago—
¿Para qué quieres saberlo? —lo mira.
Bill—
Ella me abandonó —suspira.
Ok, aquí pasa algo. ¿Por qué soy el último
en enterarme de algo?, pensó Santiago.
Santiago—
Bueno, sí hay algo que puedo confirmarte es que ella jamás te dejaría —mira la
habitación— aquí, solo: por Dios, ella te ama —dijo.
Los ojos
se abrieron a la par: esas tres palabras habían dejado sorprendido a Bill.
¿(Tú) amabas a Bill?
Bill—
Debes estar mintiendo: ella estaría aquí entonces y no tú.
Santiago—
Excelente punto, pero cómo no sé qué carajos ha pasado… ella ahora está
entrenando muy duro para un combate y yo tengo que estar aquí… contigo…
hablando —frunce el ceño.
Bill—
¿Combate, de qué? ¿Aikido? —preguntó.
Santiago—
Así es: no eres el único ignorado, yo también he estado intentado hablar
seriamente con (Tú) pero ahora no puedo hablarle. Cualquier distracción podría
costarle caro.
Bill— Así
que ¿en serio volverá a su vida “normal”? —lo miró.
Santiago—
Algo así: ha regresado a sus clases de aikido a cambio del dichoso combate y ha
regresado al restaurante a trabajar. Claro, no se olvida de ti: tal vez al
terminar su entrenamiento ella me preguntará como me fue al verte —se
estremece.
Bill—
¿Renunció a su trabajo? —dijo más sorprendido.
Santiago—
Solo fueron unas semanas. ¿No lo sabías? —suspira y se da un leve golpe en la
frente con su mano— Creo que (Tú) se ha pasado todo el tiempo en querer saber
de ti, cuidarte y procurarte que ni se ha tomado la molestia de contarte algo
suyo. Bill: creo que ella sabe más de tu vida que tú la de ella —niega con la
cabeza.
Bill—
Ella… solo me pregunta cosas y ¿qué hago? Tengo que responderle; según ella
odia el silencio. ¡Y es agresiva a veces! No controla sus impulsos. Siempre
habla, siempre derrocha felicidad: es rara —dijo.
Santiago—
Es su táctica para que nunca, nunca en tu vida le preguntes algo sobre su vida:
se preocupa más por los de su alrededor que por ella misma. ¿Alguna vez te
preguntó tus cualidades y defectos? Joder: con algún defecto que tengas y se lo
digas ya valiste. Siempre va a tratar de deducir el por qué y ayudarte en ello
—suspira—. (Tú) es agobiante a veces. Necesitas conocerla más: a mí me costó 1
maldito año conocerla casi del todo.
Bill—
Entonces, ¿en serio sí sabes lo que… estúpidamente le hice? —preguntó.
Santiago—
Tiene toda su confianza en mí: cualquier cosa mala que le pase me lo dice de inmediato.
¿Entiendes por qué me es incómodo venir a hablar contigo? —dice— (Tú) está
haciendo lo posible para olvidarlo, pero… es todo un enredo: la traumas, ok,
luego se entera de tu accidente y olvida lo que le hiciste. ¿Ves? Ella te ama:
se preocupa por ti.
Bill— ¿Es
en serio que estuvo aquí desde que se enteró?
Santiago—
Obviamente: no dormía con tal de saber de ti —alza sus cejas—: algo le causas.
Bill ya
no dijo nada: necesitaba analizar todo lo que Santiago le había dicho. Entonces, quiere decir que no he conocido
nada a (Tú). Tal como si estuviera con una desconocida, a excepción de cuando
me contó lo de su pérdida… pensó Bill. Y era verdad: ¿conocía tu nombre?
Sí: (Tú nombre completo). ¿Edad? Ni idea. ¿Hobbies? El aikido, la música y los
libros. ¿Momento importante? La pérdida de tus familiares. ¿País de origen?
Desconocido. ¿Estudios? Nada. Prácticamente no conocía nada de ti.
Bill—
¿Crees que la haga volver acá? —mira hacia el techo.
Santiago—
Ella es muy dedicada al aikido y a su trabajo, pero claro que siempre
preguntaría por ti.
Bill— Es
que… no sé. Admiro su preocupación, y entiendo que necesita su espacio… pero a
la vez la quiero aquí. ¿Si sabes a lo que me refiero no?
Santiago—
Bien, tú también eres una paradoja… yo creo que ambos se co… —abre sus ojos
como platos— Ay, no puede ser…
Ay, no jodas, no jodas, no jodas, ¡no jodas!
Que no sea lo que estoy pensando: él no puede… Santiago ya no pensó más.
Estaba sorprendido. El viudo, joven y “atractivo” empresario llamado Bill
Kaulitz… ¿enamorado? ¿De nuevo?
El rubio
no dijo nada. Bien dicen que “el que calla otorga”.
Santiago—
¿Es en serio, o estoy imaginando cosas? ¿Tú? ¿A ti te gusta (Tú)? ¿Mi
hermanita? —casi exclamó sorprendido.
Bill—
¿Eh? ¡No! No inventes cosas absurdas —dijo. Luego reaccionó—. ¿Qué? ¿Tú eres
hermano de ella?
Santiago—
No te hagas idiota, Bill: te gusta la loca de (Tú)… ¿Cómo? ¿Cómo y cuándo te
fijaste de ello? —dijo y luego sonrío: esto sería emocionante para ti.
Bill—
¡Fue algo inesperado, ya! ¿Contento? —bufó.
Santiago—
¡Lo has admitido! —suelta una risotada— Esto le encantará a (Tú) —dijo
divertido.
Bill—
¿Estás loco? —trata de acomodarse en las almohadas que están detrás de él— Ni
siquiera se te ocurra decírselo. Hablo en serio, Santiago: no le digas nada. Es
vergonzoso —murmuró.
Santiago—
Ok, ok —alza sus manos a la altura de sus hombros—: no le diré nada a (Tú). Lo
juro —asintió.
Bill—
Espero y estés hablando en serio —lo mira con sus ojos entrecerrados.
Santiago—
Dalo por hecho —sonríe.
Ahora ya
todo estaba aclarado. Bill gustaba de ti aunque ni él mismo supiera las
razones. ¿Cuál habría sido? ¿Tú forma de ser? Nadie lo sabía. El problema aquí
sería: ¿él te lo contaría? Y tú, ¿qué harías? Santiago dijo algo comprometedor:
tú amas a Bill. Él no podía desperdiciar su oportunidad. Al parecer el sol
estaba brillando nuevamente para él.
Bill—
Cambiando de tema, ¿tú eres hermano de (Tú)? —preguntó intrigado.
Santiago—
No de sangre, pero la considero así: mi hermana. La he apoyado siempre en todo:
ella conoce todo sobre mí y yo todo sobre ella —se encoje de hombros.
Bill— ¿Crees
que yo pueda conocerla así como tú?
Santiago—
Por supuesto: ella tiene muchos amigos y conocidos, pero pocos obtienen su
confianza. Creo que por ti haría algo imposible —suelta una risita.
Bill— Y
entonces, ¿tú y yo…?
Santiago—
¿’Tú y yo’ qué? ¿Sin problema después de… eso?
—niega con la cabeza— Tal vez y olvidemos nuestras diferencias ahora que amas a
mi hermanita —lo mira socarrón.
Bill—
¡Ey! ¡No sigas con eso! —dijo algo exasperado.
Santiago—
Ok, vale. Me callo… Mmm, ¡te gusta (Tú)! —exclamó divertido.
Bill— Si
serás hijo de… —suspira.
Santiago—
Venga, hombre: no te comportes como un viejo de 50 años. Ríete, joder. Tienes
¿qué será? ¿22, 23 años? Que amargado estás —bufa.
Bill—
Olvídalo: tú también eres igualito a (Tú) —niega lentamente con la cabeza.
Santiago: El entusiasmo de esa mujer es pegajoso, pero
independientemente de eso... ¡ríete! Y que te conste que no le diré nada a mi
hermana.
Bill— De
acuerdo. Eres el primero que sabe esto ¿ah?
Santiago
lo miró, se sentó en el borde de la cama y sonrío. Golpeó suavemente la pierda
de Bill y dijo:
Santiago—
No te preocupes: tú podrías ser el afortunado chico para ella. Y, ya no te
guardo rencor, ¿eh? Me has caído bien —dice.
Bill—
Gracias.
¡Pufs! Por un momento se me borró el capítulo y me asusté como no tienen idea, pero aquí está: casi muero x.x. Espero le vaya gustando todo esto xD. Gracias por leer *u*.
Lindo cap ;) Sube mas!
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