Lo agarré fuertemente de los dos brazos, con mi
pierna derecha le doblé su rodilla izquierda y lo empujé contra la pared. Él
lanzó un quejido y yo aproveché su momento de debilidad para torcerle ambos
brazos; comenzó a forcejear más fuerte pero ya lo tenía bien sujetado. Entre
más gritaba más aplicaba fuerza para torcerle los brazos. O como diría mi tío:
le hice manita de cerdo.
(Tú)—
¿Puedes decirme que carajos te pasa, Bill? —le pregunté molesta.
Bill—
Te necesito, (Tú): sin ti no puedo vivir —susurró.
Abro
mis ojos como platos. ¡Este tipo estaba completamente loco! ¿Cómo pudo decirme
eso? Sin dudarlo, nuevamente le torcí más fuerte los brazos. Gritó.
(Tú)—
¿Estás loco? No vuelvas a decir eso —ordené.
Bill—
Lo siento, lo siento. Ya, ya: para por favor. Duele —suplicó.
(Tú)—
Claro que voy a parar, Kaulitz
—murmuré furiosa. Lo encamino hacia la puerta y antes de de pronuncie algo lo
saco fuertemente hacia afuera y le cierro la puerta en la cara—. ¡Para que
aprendas! —le grité.
¿Puedes creerlo? ¿PUEDES CREERLO? Pero el mundo sí que está loco ahora.
¿Bill me necesita? ¡JA! Esa ni él mismo se la ha de creer. Comenzó a tocar la
puerta desesperadamente mientras pronunciaba mi nombre una y otra vez, yo en
cambio escuché todas sus súplicas. Pobrecito…
¿Eh? ¡No digas esas cosas, (Tú)! Cierro mis ojos con fuerza y luego los
abro rápidamente. Me asomo sigilosamente por la ventana y veo que Bill se ha
sentado en la acera de mi casa. Sonrió.
Pero aún así, tuvo bien merecido la torcida de
brazos. No me arrepentí.
Suspiro. Ya comenzaba a oscurecer. Abro la puerta y al mismo tiempo Bill
voltea para verme. No digo nada, pero me hago a un lado en señal de que entre.
Él sonríe y casi corre para entrar. Al estar adentro cierro la puerta, me pongo
enfrente de él y le doy una cachetada. No me digas nada: lo hice por instinto.
Además, jamás había dado una cachetada y no podía desaprovechar esta
oportunidad.
(Tú)—
Te hubiera dado otra peor, pero no quiero matarte —dije.
Bill—
Válgame —susurró asombrado, sobándose la parte golpeada—: tienes una fuerza
increíble.
(Tú)—
Nunca te fíes de la gente: todo mundo oculta cosas —murmuré.
Bill—
Con respecto a eso…, no pude evitar decirlo…, pero es la verdad: desde aquella
vez…
Lo
interrumpo, tomándolo fuertemente de su muñeca y girándola poco a poco
causándole dolor. Nos miramos.
(Tú)—
Lo vuelves a decir y te va peor. Bill, por favor no digas idioteces: parece
como si yo fuera tu única salvación —frunzo el ceño. Tiene una mancha rosa
cerca del cuello. Me acerco más a él y se lo quito. ¡Qué asco! Hago una mueca de disgusto—. ¿Cuántos dedos tengo? —le
pregunté, mostrándole 5.
Bill—
Son 5 —dijo extrañado—; oye, ¿qué te pasa a ti? —murmuró algo nervioso.
(Tú)—
Oh, estás en santo juicio —susurré un poco molesta—. Bill Kaulitz, hazme el
favor de largarte a mi maldito baño: tienes labial de una mujer —niego con la
cabeza.
Abre
sus ojos como platos. Bueno, sí hasta para eso hay que ser cuidadoso; no es que
yo ya lo haya intentado, pero ¡Dios mío! Que tonto. Creo que le afecté mucho a
este hombre.
Comenzó a tartamudear de manera increíble, como
si yo fuera su esposa o algo así —ni Dios lo mande—, como si me debiera una
explicación grande. Pensé en decirle algo, pero podría ser algo dañino. Créeme
soy buena en hacer eso tanto accidentalmente como a propósito.
(Tú)—
Si yo fuera tu novia en estos momentos ya te hubiera mandado por un tubo, pero
bueno: valla forma de pasar tu tiempo en vez de trabajar, Kaulitz —dije irónicamente.
Bill—
Y… (T… Yo… (Tú). Perdón —dijo aún tartamudeando.
(Tú)—
Te acompañaré hasta mi maldito baño, te darás un jodido baño y te quedarás
aquí, ¿ok? Cerdo, indecente. Pobre de tu esposa —susurré.
No
dijo nada y lo lleve hasta el baño.
* * *
Jajaja. El mismísimo Bill Kaulitz con ropa de
mujer. Debería grabarlo así. Río en mis adentros
y sigo manteniendo esa postura “dura” con él. Sale Bill con una linda playera
de Nirvana gigante y un pants negro, un poco incómodo por cierto. Al verme sus mejillas
se tornan en un tono rosa bastante llamativo. ¿Bill Kaulitz sonrojado porque lo
ha visto una mujer? Por favor. Que ridículo.
Lo miro a propósito de arriba hacia abajo de
manera burlona. Se ve bien, sinceramente. Suelto una risotada y me levanto del
sofá, donde le estuve esperando aproximadamente más de media hora. No pensé que este hombre se tardara más que
yo.
(Tú)—
¿Mejor? ¿O te doy un manguerazo con agua fría? —arqueé mi ceja.
Bill—
No hace falta tanta amabilidad, ¿eh? —dijo.
(Tú)— Silencio: que no me ha dejado contenta
del todo, señor —dije seria.
Bill—
¿Por qué tanta agresividad, conmigo? —preguntó asustado.
Tú—
Uno: vienes a mi casa a decirme idioteces; dos: me besas sorpresivamente
después de haber estado con una prostituta; tres: hueles asquerosamente a
cigarro —suspiró.
Bill—
Mmm, ok: lo siento, lo siento y… lo siento —dijo.
(Tú)—
Gracioso —entrecerré mis ojos.
Silencio incómodo. ¿Le digo o no
que se ve bien con esa ropa? Abro mi boca y después la cierro. No sabía qué
decir. Bill abre su boca y dice:
Bill— Gracias, por todo, en serio. Gracias
—murmuró.
Lo miro.
(Tú)— Ya, está bien —dije, esbozando una
sonrisa—. Pero ten cuidado para la próxima: ya sabes uno de mis secretos —solté
una risita.
Aprieta sus labios formando una delgada
línea, suelta una risotada y niega con la cabeza. ¡Oh, mi Dios! He vuelto a
hacerlo reír. Por un momento volvió a sorprenderse, pero después lo tomó
normal. ¡Joder! Pero ni yo tengo los
dientes tan perfectos como él. Frunzo el ceño y trueno la boca.
(Tú)— ¿Quieres cenar ya? —le pregunté— Son
ya las 7:03 pm —dije, mirando el reloj de pared que estaba frente a mí.
Bill— Sí… claro, si no es mucha molestia
—dijo algo sonrojado.
(Tú)— Equis: tenía tiempo sin estar con
alguien —murmuré.
* * *
Bill— ¿Y… tus defectos? —me miró
interesado.
Lo pienso. Mmm, buena pregunta.
(Tú)— Que me doy mis aires de grandeza,
pero sólo si se trata de algo bueno: puedo recordártelo cada 10 minutos —suelto
una risita—; ¿qué otra cosa? —me pregunto a mí misma— Bueno, puedo ser muy
entrometida a veces: me gusta saber cómo está la persona que me preocupa, qué
ha estado haciendo, etcétera… ¡Oh! También que a veces soy demasiado optimista:
no siempre me gusta ver la negatividad —niego con la cabeza.
Bill— ¡Wow! Qué bien… supongo —sonrió.
(Tú)— Supone, pero eso no es todo —bufo,
dando un sorbo a mi café—. Bueno, ahora hablemos de ti: cuéntame tus virtudes,
tus defectos…
Se acomoda en la silla y lo piensa un rato
mientras juega con el espagueti. Yo veo muchas cosas en él, pero quiero que me
las diga. Cada cabeza es un mundo… Lo
espero.
¿Puedes creer que sea ya “amiga” —si es que
a eso se le puede decir amiga— de Bill? Es un poco increíble: creo que bastaron
menos de 6 horas en un día para poder hablar así… bien. Y creo que aún no le
agrado del todo. No importa: ¡está a punto de contarme algo suyo!
Bill— Yo creo que virtudes no tengo —rió—,
así que mis defectos... Son muy malos: soy muy perfeccionista; soy muy
organizado en todo: si algo no sale bien arde Troya. Desde hace 2 años dejé de
ser tan... como tú. Sabes a lo que me refiero: ahora todo lo veo estúpido; me
volví frío y serio —suspiró.
(Tú)— Todo mundo tiene virtudes —fruncí el
ceño—, incluyéndote a ti, solo que no las ves —sonreí.
Bill— ¿Te gusta engañar a la gente de
manera inocente, verdad? Pues no caeré en tu juego —me miró entrecerrando sus
ojos.
Suelto una carcajada. Ese hombre era tan
gracioso. Él me mira completamente confuso y después sonríe.
(Tú)— Buena esa, Bill. En fin, cuéntame más
de ti —dije, algo emocionada.
Bill— ¿Qué quieres que te cuente? No tengo
nada interesante.
(Tú)— Ay, que aburrido: algo que hayas
hecho en la semana pasada… no sé —dije.
Bill— Sabes lo que he estado haciendo desde
siempre —bufó.
La sonrisa que tenía se me borró de manera
instantánea. Eso desmotiva y mucho. ¿Cómo podía estar con prostitutas? Y según
él ama a su esposa Frances. Como me dan
ganar de torcerle el brazo de nuevo para que no vuelva a hacer esas porquerías.
Regreso mi mirada y sonrío levemente: no debía verme enojada. Que descaro tiene
Bill.
Él al ver mi
cara ya no volvió a pronunciar otra palabra. Bien. Termino de comer, le levanto
de la silla, dejo los trastos en el fregadero y me recargo del refrigerador que
está junto a este último.
“Mañana
tienes clases de aikido, otra vez”, me recordé dos veces. Necesitaba más de
esa defensa para no aburrirme tanto en lo que encontraba un trabajo. Asiento
con la cabeza lentamente y comienzo a pensar demasiadas cosas. Mañana a dejar algo de dinero en mi cuenta
del banco, después a visitar al zopenco de Santiago, limpiar mí casa… ¡Pero que
diablos! Tengo que hacer muchas cosas: espero y me alcance el tiempo. Veo
que Bill se levanta de la silla. Reacciono.
Bill— Perdón por decirlo así… No quería
ofenderte —dijo.
(Tú)— Equis —me encojo de hombros—: ya da
igual.
Deja los trastos en el fregadero y los dos
nos juntamos: uno de los dos tenía que lavarlos. Nos miramos, lo empujo con la
cadera y río. Yo los lavaría.
* * *
(Tú)— ¿Cómo te ves? —lo miro— Ñeee, pues
más o menos —hice un mohín.
Bill— ¿En serio? —abrió su boca formando
una O— Oh…
(Tú)— ¡No es cierto! —reí— Te ves bien.
Pensé que no te quedaría mi ropa —fruncí el ceño, colocándome el dedo índice
derecho en mis labios.
Bill— Gracias —sonrió.
Me lanzo a la cama y él se acomoda en el
pequeño colchón inflable. Ya era tarde, pero veía en la cara de Bill que quería
platicar más conmigo. O tal vez quería contarme ciertos secretos suyos.
Bill— Frances murió en un choque: iba muy
rápido en el coche y... no vi el letrero de precaución y…
Me levanto de la cama, me siento a su lado
y tomo sus manos. No debía contarme eso: era totalmente privado. ¿Tú qué crees
más conveniente? ¿Qué siga sacándolo todo o que lo calle? Que feo es ver a una persona llorar: más si es hombre. Sus ojos
estaban comenzando a cristalizarse. Joder, ¡no llores, Bill!
(Tú)— Ey, tranquilo —sonreí—: no tienes por
qué contármelo si no quieres –dije, acariciando sus manos.
Bill— Pero… es que no sé por qué debo
contártelo —susurró—: tú puedes hacerme cambiar…
Niego con la cabeza.
(Tú)— No siempre voy a estar ayudándote,
Bill: es tú decisión y tus ganas de querer cambiar…, pero sí puedo ayudarte a
ver las cosas de otra forma —dije sonriente—. Y ya no llores, que me llega ver
a un hombre llorar: más si eres tú. Ven acá —lo abrazo.
Y se soltó a llorar.
Ay, Bill: me recuerdas mucho a mí.
aaahhhhhhh que mas sube pronto por favor un beso
ResponderEliminarMe dejas sin palabras, es grandioso
ResponderEliminarDe verdad no sé que decir más que subas pronto ahhhh!
Amo tu fic, es enserio.
Cuídate mucho, bye.
awww me encantooo
ResponderEliminarmuero pr saber masss
espero el pro
bye cte:)