5 de agosto de 2013

Capítulo 11



Termino de beber la botella de Té Arizona y lo tiro en la basura. El día estaba sumamente aburrido: hice lo de siempre en Aikido, fui por unas cosas al centro comercial, y ahora terminé de beberme ese delicioso té. Es raro no tener ahorita a  alguien, pues Santiago ha de estar trabajando y yo no puedo ir a interrumpirle. Me aburro como hongo. Comienzo a caminar tranquilamente con mi mochila atravesándome, mirando el paisaje de Nueva York. “¿Qué será de Bill?”, me preguntó mi subconsciente de sopetón. Frunzo el ceño. “¿Por qué no vas a preguntarle tú?”, le dije yo.
    Al cruzar la calle me encuentro con la persona menos indicada ahora. Bill Kaulitz, mierda. Hicimos un intercambio de manera rápida, como pude caminé hacia el lado izquierdo. Pude ver que Bill me estaba siguiendo. Mierda, con Bill siguiéndome y yo asustada, tratando de que no me atropellara ningún maldito en la calle… ¿Por qué ahora, Dios? Estaba bien. Al cruzar la calle me sigo derecho, aumentando la velocidad en mis piernas. “— ¡(Tú)! ¡(Tú)!—“, era lo que escuchaba.  No sé cómo pero empecé a correr rápido, la mochila me pesaba.
    Giro sobre mis talones a la derecha, veo que no pasa ningún auto y cruzo rápido. Bill aún me seguía. Miro hacia atrás y cuando vuelvo la mirada casi choco con un ciclista. ¡Mierda! Eso estuvo cerca. “Ahora sí que te fregaste”, me dijo mi subconsciente sonriendo de manera burlona. Cruzo otra calle y llego a un parque, un parque repleto de gente. Bill sigue gritando mi nombre.

    (Tú)— ¡Déjame! —exclamé.

    Me detengo, tratando de buscar algo en lo que pueda esconderme. Miro a todos lados. Esto ya parece persecución. “(Tú), deja que Bill hable. Pareces cobarde”, dijo mi subconsciente. Niego con la cabeza. Unos brazos me toman. ¡Maldito subconsciente! Ojalá y no te tuviera. Forcejeo un poco y veo un tatuaje en su mano. Bill Kaulitz.

    (Tú)— Déjame, Kaulitz. ¡Vamos! —ordeno.
    Bill— Tenemos que hablar —murmuró.

    La forma en la que me tenía agarrada rápidamente me trajo los recuerdos de aquél día. Había mucha gente, no podía repetir lo que había hecho en esos momentos: desmayarlo tras presionar su vena del brazo. La gente nos mira. Haz algo, (Tú).
    Dejo de forcejear, Bill aún me tiene encerrada en sus brazos. Estoy sofocada: he corrido forzadamente más de 3 cuadras con todo y mochila —que no está para nada liviana—, y aparte el maldito calor que desprende Bill Kaulitz gracias a la maratón que ha hecho. Que hemos hecho ambos.

    (Tú)— ¿Quieres quedar inconsciente nuevamente? He dicho que me sueltes —murmuro furiosa.
    Bill— ¿Prometes no salir corriendo de mí? —me pregunta.
    (Tú)— Solo suéltame —espeté.

    Me suelta y yo me acomodo la ropa. Que desagradable y bochornosa situación: no estoy para nada contenta con lo que acaba de pasar.

    Bill— ¿Podemos hablar en otro lugar? Este lugar es… poco apropiado —dice.
    (Tú)— Solo escupe lo que vas a decir, Kaulitz: estoy ocupada como para escucharte —me cruzo de brazos.
    Bill— (Tú): no te pongas en el plan de niña chiquita. En verdad, lo que quiero decirte es muy importante —suspiró.
    (Tú)— Ok —asiento aparentemente tranquila—, pero será en donde YO diga ¿ok? —lo miro con recelo.
    Bill— Claro —sonríe de lado.

    Mi casa está muy lejos, pero obviamente ese no sería el lugar para hablar. Estamos lo suficientemente cerca del restaurante donde está Santiago por si Bill intenta hacerme algo. Comenzamos a caminar; siento las manos sudarme debido a los nervios: qué raro se sentía estar con Bill Kaulitz a lado. Ya no era lo mismo.
    Llegamos a una pequeña cafetería, justo a 1 cuadra del restaurante. No hay mucha gente en el lugar. Entramos y nos sentamos en una mesa casi alejada de todos.

    Bill— Bueno, ahora que ya podemos platicar… Mira, (Tú): sobre aquel día…
    (Tú)— ¿Entraste en un etapa de depresión momentánea? —lo interrumpí— ¿Decidiste tomar alcohol para olvidarte de tu desgracia? ¿Quisiste invitarme a tu casa solo para traumarme? ¿Qué? No intentes justificar las cosas, Kaulitz —digo furiosa, decepcionada. Debía soltarlo ya—: en solo media hora lograste que me traumara de forma inexplicable; hiciste que acudiera a un jodido psiquiatra. Gracias, en serio: personas como tú ninguna —dije con ironía.
    Bill— Yo no… —suspira— (Tú), debes entenderme. No pretendía… causarte un daño —susurró.
    (Tú)— ¿Entenderte? —suelto una risotada— ¿De verdad? Ok, a ver, vamos a verlo desde tu punto de vista, Kaulitz: quieres que te tenga compasión solo por ser un cabrón con problemas emocionales y psicológicos. ¿Quieres que te tenga lástima? ¿Eso quieres? —lo miro enojada.
    Bill— Oye, no… no seas tan dura: duelen tus palabras —agachó la cabeza.
    (Tú)— No, no: te duele que te digan la verdad. Quieres que te tenga lástima solo por tu desgracia. No, señor: te jodes. Ahora, ¿quieres que lo veamos desde mi punto de vista? Es fácil: necesitas ayuda ya. El maldito alcohol te está volviendo loco: nunca sabrás que día vas a matar a alguien por la culpa de esa porquería. Me decepcionas. Pensé que podrías cambiar, pero creo que con mi presencia solo te estoy atontando más. ¿Leíste mi nota? ¿Te acuerdas de lo que decía? “No volverás a verme hasta que superes tus traumas”.

    Bill me mira con sus ojos aguados, casi al borde del llanto. En ese momento no sentí nada, nada. ¡Que lo jodan! De la nada aparece una chica, lista para apuntar nuestro pedido pero con la mano le pido que se vaya. Ella desaparece rápidamente.

    Bill— Ya… Para ya —susurra.
    (Tú)— No. No voy a parar. ¿Te acuerdas de cuando te salvé de esos malditos malnacidos? Iban a hacerte Dios sabe qué, pero yo te ayudé y desde ese momento supe que tenías problemas. Eres una persona vacía desde aquel accidente: por eso eres así. Porque seguramente nadie te apoyo cuando más lo necesitabas, pero ¿sabes qué? Seguirás así si no cambias; te aseguro que yo no seré esa persona tipo “ángel guardián”, que vele por ti. Me has lastimado no sabes cómo —cierro los ojos para retener las lágrimas y luego los abro—: tu forma de hablarme, de gritarme… —me estremezco— de retenerme en contra de mi voluntad… Por eso hice lo que hice: me defendí.
    Bill— Dime qué puedo hacer para remediar mi comportamiento —me mira.
    (Tú)— Aléjate. Aléjate de mí para siempre: cada quien que siga por su lado. Porque créeme: ya se lo conté a Santiago y allá afuera está esperando a encontrarte y darte una buena paliza. Milagro y no te denuncié con la policía; y tonta yo por aceptar ir a tu casa —suspiro y me tapo la cara con mis manos.
    Bill— No, no puedes pedirme eso (Tú): tú eres la indicada para hacerme cambiar. Tú eres… diferente —murmuró.
    (Tú)— Cuando hayas superado tus traumas me verás, ya lo dije. ¿Crees que es fácil lo que pasó? Ya sé que lo tuyo tampoco es fácil, pero alejarnos es lo mejor —miro hacia la salida de la cafetería y me acomodo la mochila—. Hasta entonces, Kaulitz.
    Bill— No, (Tú). No te vayas. Por favor —suplicó.

    Me levanto de la silla y antes de dar el primer paso Bill me toma de la mano. Oh, no: esto ya parece escena de película. Lo miro fríamente.

    Bill— Jamás te dejaré en paz. Te necesito —dijo con la voz entrecortada.
    (Tú)— Entonces me veré obligada a irme a mi país. Aquí en Nueva York ya no es seguro que viva —digo.

    Suelta mi mano y salgo de ahí. Eso fue lo más raro, triste y… extraño para mí. Jamás me había sentido tan… furiosa y decepcionada por alguien.
Después de que salí de ahí… sentí un cambio. ¿En verdad dejaría a Bill así… como si nada? Estaba entre la línea de irme de ahí o volver con Bill y arrepentirme de lo que le dije a lo último. Cierro mis ojos fuertemente y lo mando al diablo. Me voy de ahí, caminando, con mis piernas temblando debido al desgaste que han tenido. Jamás había hecho algo así… botarlo cuando necesita ayuda. Eso no debería haberlo hecho, pero él me obligó. Ay, no sé: estoy confundida.

* * *

•Narrador omnisciente:

Llegaste sumamente cansada a tu casa. Con lo que pasaste con Bill y tus clases de aikido estabas muerta, literalmente. No era muy tarde: tal vez eso de las 2.25 pm. No dejaste de pensar ningún momento en Bill; decidiste analizar detalladamente su no muy buena plática. Quizá hablaste más de lo que debiste. Haberle dicho “cabrón con problemas emocionales y psicológicos” no a cualquiera le gustaría; estabas en un momento de confusión, pues decirle la verdad a Bill estaba bien y a la vez no.
    Te diste un buen baño, te pusiste ropa cómoda y decidiste comenzar a leer ‘Desnuda – El Affaire Blackstone I’ de Raine Miller pero te costó trabajo. Algo estaba mal. Dejaste tu libro a lado tuyo y te diste varios azotes en la frente para reaccionar. Tu subconsciente nunca dejó de molestarte tras haber tratado “mal” a Bill… tuviste una pelea mental varios minutos hasta que tu celular sonó. Oh, no: Bill Kaulitz, pensaste inmediatamente.

    (Tú)— ¿Sí? —dije con firmeza.
    X— Mmm, ¿(Tú)? —dijo una voz algo dudosa.
    (Tú)— ¿Eh? ¿Tom? —frunzo el ceño— ¿Cómo conseguiste mi número? Ohh, no. Seguro tú fuiste el que me llamó hace días —dije molesta—: si llamas para joderme, no estoy de buenas ¿sí?
    Tom— ¿Ah? ¡No! Vengo en son de paz —dijo tranquilo—, quiero platicar contigo —dijo.
    (Tú)— ¿Cómo rayos conseguiste mi número? Habla —espeté.
    Tom— ¿Tal vez lo conseguí en un directorio? —dijo con cierta ironía.
    (Tú)— Vete al carajo pongo los ojos en blanco y cuelgo.

    Casi tiraste tu teléfono contra la pared. Ya tenías suficiente con Bill; no querías ni saber de Tom. La voz de Tom es un poco parecida a Bill, dijiste en tu interior. No, eso no podía ser. ¿Desde cuándo pensabas tantas estupideces? Seguro era que estabas confundida por todo esto. Necesitabas distraerte un poco.
    Saliste de tu casa montada en tu bicicleta. Podías sentir el aire golpear tu cara, mirabas a toda la gente felizmente caminando por ahí, niños jugando como loquillos y luego llegaste a la ciudad. La ciudad para ti era ya como un recuerdo de Bill. Ay, joder. Me siento un poco culpable, pensaste. No tenía mucho que estabas en la ciudad, pero ahora era diferente: todo estaba más calmado.
Paraste cerca de un parque, no muy lejos del Empire State y comenzaste a pedalear lento para poder visualizar todo mejor. No llevabas casi nada contigo más que una pequeña mochila con tus llaves, celular y algo de dinero. Un mimo se apareció cerca de ti mientras mirabas que tan lejos estabas del Empire State, lo miraste y comenzó con sus actos típicos, pero al verte algo decaída imitó tus gestos. Eso te hizo reír un poco y trataste de sonreír. Esa eras tú, la (Tú) optimista que jamás se dejaba caer ante las peores situaciones que viviera. El mimo encantado por tu actitud saco una margarita y te la dio encantado y luego besó tu mano, lo que causó cierto interés en los espectadores que se paseaban por ahí y se acercaron a ustedes. Sabías perfectamente que los mimos no hablaban pero hiciste el intento de que lo hiciera.

    (Tú)— Oh, vamos: dime tu nombre —dije divertida.

    El mimo negó con la cabeza e hizo varias cosas raras pero divertidas. Reíste ante sus actos y fingió estar enamorado de ti: eso fue lo que más te extrañó pero divirtió a la vez. Los que estaban ahí aplaudían cada cosa que hacía el mimo. ¿Por qué rayos aparecería justo cuando estabas medio decaída por la culpa de Bill Kaulitz? ¿Y por qué justo tú? Qué raro.

    (Tú)— Ah, no, no. Eso no: me pones en vergüenza —dije apenada.

    Todos rieron. Al finalizar, el mimo te dio un papel. Lo abriste y decía:

“Crees que has perdido a tu amor, pues yo lo vi ayer. Es en ti en quién está pensando”.

    Miraste al mimo con cierta confusión: ¿a qué rayos venía esa nota? Identificaste una la frase de la nota por la canción de los Beatles ‘She Loves You’. Frunciste el ceño y el mimo sonrío complacido y salió casi corriendo como despavorido de ahí. Te quedaste pensando varios segundos el motivo, pero sacaste conclusiones: tal vez a todo mundo le hace notas así.

    (Tú)— ¡Ey! ¡No puedes escapar! —le grité

        Todos los espectadores sonrieron y luego se fueron de ahí. Esto fue más raro de lo normal; ¿coincidencia o acción a propósito? Guardaste la nota y de la nada comenzaste a recordar toda la letra de la canción. No, no podía ser. Eso pudo haber sido a propósito. No, a mi no me gusta Bill Kaulitz: él es feo y causante de mis traumas, dijiste en tu mente repetidas veces. Claro estaba: a ti no te gustaba Bill Kaulitz, no eran compatibles.
    Después de tremendo show que te dejó más extrañada anduviste por media ciudad de Nueva York. Por ahí te paraste a comer el típico hot dog en un puesto y a cuidar que nadie se robara tu bicicleta. Tu celular sonó varias veces, y viste el número, pero era el mismo de Tom. ¿Era acaso que no podías estar tranquila ni para comer un hot dog? En fin, miraste la hora rápidamente y viste que eran exactamente las 4.OO pm, lo que significaba que aún había tiempo para pasar por toda la ciudad.

* * *


Seguías dando vueltas por todos lados, viste a algunos conocidos —vecinos— y los saludaste, visitaste varias tiendas deportivas y viste algunas coderas y cascos, pues no tenías y necesitabas. Rato más tarde te topaste con un anuncio enorme que le hacía publicidad a la cadena hotelera BRIDGE© —sabemos de qué y de quién se trataba esto— y soltaste una risita. Poco a poco dejaste de tomarle importancia a lo que sucediera con Bill y sus semejantes.
Hubo algo que te llamó la atención después de que pasó el anuncio publicitario de la cadena hotelera: ahora le hacían publicidad a un evento llamado ‘Salsa Fest’ —o un festival de la salsa. No, no de comida: de baile— y te interesó mucho. Con una canción de fondo anunciaban que irían artistas de talla internacional a un estado del país México. Te gustó y te imaginaste estar ahí, pero luego se te pasó debido a que tenías que ahorrar dinero para situaciones futuras. Bueno, se vale soñar ¿no?
    En Nueva York poco a poco comenzaba a oscurecer. Tu celular volvió a sonar, lo revisaste y era nada más y nada menos que tu padre, Santiago.

    (Tú)— Papá —dije con emoción.
    Santiago— Qué graciosa ¿ah? Sigue así y te quedarás castigada en tu cuarto —dice.

    Ambos rieron.

    (Tú)— ¿Qué paso, Santiago? —pregunté.
    Santiago— ¿En dónde estás, mocosa? —dijo él serio.

    ‘Mocosa’, una palabra que te trajo muchos recuerdos tanto buenos como malos. No dijiste nada y pedaleaste hasta llegar a otro parque, paraste y te sentaste en una banca cercana. Todo ese tiempo estuviste en tu bicicleta, pero nunca sentada, así que ya te merecías un buen descanso. Estiraste tus piernas y empezaste a hablar con Santiago.

    (Tú)— ¿Ya saliste de trabajar? —pregunté.
    Santiago— Sí, a las 5. ¿Por qué?
    (Tú)— Estoy acá por el Empire State —dije divertida.
    Santiago— ¿Qué haces allá? —espetó él.
    (Tú)— Ah… Decidí tomarme un tiempo para visitar mi ciudad por la tarde. Es la primera vez que lo hago; ¿sabes? Es muy interesante —dije yo sonriente.

    Ahora no debo pensar en nada más que en este genial tour, pensaste.

    Santiago— ¿Solo tú? ¿Nadie sospechoso cerca de ti? —preguntó.
    (Tú)— Obviamente yo sola. Solo cabe una persona en una bicicleta —río.
    Santiago— Que chistosa. Al parecer olvidas rápido, (Tú).
    (Tú)— ¿De qué me hablas? No sé —me encojo de hombros.
    Santiago— Me gusta tu actitud. ¿Qué crees? Mañana es mi día libre; he terminado con todas mis ocupaciones así que… estaré a disposición tuya para hacer todo lo que quieras —noto que sonríe.
    (Tú)— ¿De verdad? —casi exclamé— ¿No me estás bromeando?
    Santiago— Obviamente no —dijo él— Paso hoy a tu casa para mirar una película o tal vez unas 10 hasta amanecer, luego… no sé. Algo. ¿Te parece? —sugirió.

    Te parecía emocionante la idea: un día —y medio— con tu mejor amigo. Era perfecto, pero luego te pusiste a pensar que tal vez tú y tus problemas lo orillaban a estar más cerca de ti, más al pendiente en lo que te pasaba. No querías que dejara de hacer sus cosas solo por tus ‘traumas’, pero conocías a Santiago: no era de los que aceptaba un no por respuesta.
    Si o no.
    La voz de tu amigo te sacó pronto de tus pensamientos.

    (Tú)— ¿No tienes nada importante que hacer después? —pregunté algo preocupada.
    Santiago— No. Ya te lo dije: he terminado con todas mis ocupaciones —dijo.
    (Tú)— Bueno —dije mostrando desinterés—, te veo allá en mi casa —asiento para mí misma.
    Santiago— Perfecto. Nos vemos.

    Colgaste emocionada. Tan rápido colgaste que luego te montaste a tu bicicleta y te encaminaste a tu casa. Ya eran casi las ocho, así que debías irte rápido antes de encontrarte a maleantes saliendo de sus escondites: ya te has topado varias veces con alguno de ellos —en especial con chicas, y una que otra colega de Tom— y no han tenido un lindo final.
En resumidas cuentas: ellos terminaban en el suelo y tú victoriosa.


3 comentarios:

  1. Oh cuantos acontecimientos, ojala y Bill ya empieza a cambiar su actitud y todo.
    Espero lo próximo es muy emocionante.
    Cuídate bye.

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  2. woww te quedo super genial el cap
    perdon por no comentar antes es que estuve de viaje
    espero el prox
    bye cte:)

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  3. ayyy pobre de bill pero tampoco hay que ponerle las cosas tan faciels espero el siguiente

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Gracias por comentar(: