17 de julio de 2013

Capítulo 6



Despierto. Menuda noche de la ayer: fue la más rara que pude haber tenido. Miro todo y cierro los ojos rápidamente. ¡¿Por qué siempre olvidas poner la cortina en las noches, (Tú)?! Niego con la cabeza. Me levanto con suma pesadez, cierro la cortina y al girarme veo que Bill no está. Alzo mis cejas y suspiro.

    (Tú)— Bill —dije, alzando la voz—. ¿Dónde andas, sonso? —dije en español. Río.

    No hubo respuesta. Que raro. Me estiro y salgo de la habitación. ¿Y si se fue? Camino hacia la “sala” y huele a comida. Giro la vista y es Bill: luce tan… ¿extraño? Bill Kaulitz preparando el desayuno.  No me la pude creer.
Miro la hora en el reloj rojo: son las 9:43 am. ¡No puede ser! En menos de dos horas debo estar con el maestro de aikido. Abro mis ojos como platos y corro hacia el baño. ¡Debiste haber despertado a las 8, sonsa! Escojo un conjunto deportivo: pants grises y una blusa de tirantes negra. Me bañé lo más rápido posible, me cambié e hice demás cosas. Eran las 10:11 am cuando terminé. Me peiné de cola de caballo. Salgo de la habitación con celular, audífonos y algo de dinero en mi mochila tipo bolso.
    Al verme Bill este sonrió. Yo imité su gesto. Ese es el Bill que me gusta. Busco una taza y me sirvo café, saco un paquete de tostadas. Me siento y comienzo a comer con agilidad.

    Bill— Ey, tranquila: la comida no se te irá —dijo burlón—; además, hice huevos revueltos y… otras cosas —dijo.
    (Tú)— Es tarde, debo irme —dije algo apurada.
    Bill— ¿A dónde irás? —me preguntó, con un cambio notable en su voz. ¿Qué? ¿Ahora quería que no lo dejara?
    (Tú)— Hoy tengo entrenamiento de aikido —dije, dando un sorbo a mi café—. ¡Carajo! Mis navajas, mierda: ahora tengo que ir a buscarlas —susurré para mí misma.
    Bill— ¿Aikido? ¿Esa cosa que utilizaste ayer para torturarme? —dijo ofendido.

    Lo miro. Sonrío.

    (Tú)— El aikido es una defensa que utiliza tácticas simples para evitar la violencia: es como una paradoja. Además, ¿nunca antes te habían torcido un brazo? —fruncí el ceño.
    Bill— No —entrecerró sus ojos.

    Niego con la cabeza.

    (Tú)— Pásame lo que hayas hecho de comer, Kaulitz: ya debo irme —dije.
    Bill— ¿A qué hora regresarás? —me miró con una mirada que decía muchas cosas. Valga la redundancia.
    (Tú)— Bill —lo miré seria—: ¿seguirás aquí? Bueno, no es que ya te esté corriendo, pero… tienes tu casa, tienes cosas que hacer, no sé...

    Por un momento me acordé de un capítulo de Bob Esponja, dónde éste le decía a Patricio: — ¿Qué harás mientras no estoy?—, y el otro le responde: —Esperaré a que regreses—. Algo así. Río por dentro. Bill era como un niño pequeño: ya no quería apartarse de mí. Que... extraño.
“Tal vez necesita mucho de ti: se tiene en confianza contigo”, me dijo mi subconsciente. Él necesita distracción, pero yo no debo ser esa distracción. Algo que no sea lo mismo de siempre; ni amigos leales debe tener. Tal vez si le pidiera ayuda al sonso de Santiago y su sobrina… Niego con la cabeza. “Apúrate a desayunar: ¡es tarde, (Tú)!”, me gritó mi subconsciente.

    Bill— Bueno, es que ahora te considero mi amiga y… me la paso bien contigo —susurró sonrojado.

    Eso no me lo esperaba.

    (Tú)— ¿Tú… te la pasas bien… conmigo? —lo miré incrédula— Pero si no hemos hecho nada interesante —sonreí.
    Bill— Me has hecho pensar en varias cosas… que no esperaba y... bueno, ¡no sé! Me caes bien.

    Luego entendí. Estaba tratando de distraerme, tardé en reaccionar. Si serás Kaulitz. Sonrío mientras él está hablando y hablando sin parar. ¿Hablaría así antes? ¡Parece una ninfa! ¿Las conoces? Son aves que hablan —por decirlo así— y hablan sin parar. Me como todo lo que encuentro en la mesa, me levanto de la silla con los tratos que usé y los dejo en el fregadero.
La mirada de Bill había cambiado, como queriéndome decir: — ¿en serio te vas?—. Sí, tenía que irme. El maestro me mataría por llegar tarde.

    (Tú)— ¿Intentabas distraerme? Buen intento: no lo lograrás —dije con aire de ironía.
    Bill— Yo no intenté nada —dijo, entrecerrando sus ojos.

    Lo miro. Rápidamente se incomodó demasiado. Estaba mintiendo.

    (Tú)— Dicen que tengo una mirada pesada: suelo utilizarla para saber cuando alguien me miente ¿sabes? —murmuré.
    Bill— Ay —chilló—. ¿Volverás pronto? —preguntó.
    (Tú)— No lo sé. Ah, y debemos hablar de algo muy importante. —me voy rápidamente a mi cuarto, saco de mi clóset tres navajas de diferente tamaño. Regreso y tomo mis cosas. Bill estaba sentado en una silla del comedor— Cuando llame es porque ya vengo para acá ¿ok?
    Bill— De acuerdo. ¿Y qué haré en tu ausencia? —me preguntó.
    (Tú)— No sé, pero ni se te ocurra traer a una prostituta, sino te va como ayer —dije seria—. ¡Adiós! —exclamé sonriente, salgo de mi casa. Quito la cadena a mi bicicleta, me monto en ella y salgo disparada.

    Bien, (Tú): tienes una hora con 20 minutos. Todo bien, todo bien. Pedaleo con toda mis fuerzas. El maestro que tenía era muy especial con respecto a la puntualidad. Te califica tanto hasta si llegaste tarde 1 minuto. ¿Su nombre? Useshiba Ryu: buen maestro. No es tan adulto: apenas y tiene 31 años. Japonés —valga la redundancia—, buen porte, educado etcétera. Me cae bien.
    Aunque es un poco pesado el aikido te sientes menos estresado y así: a mí me gusta mucho. Requiere mucha concentración. Mucho dolor con poco esfuerzo. ¿Tú conoces el aikido? ¿No? Pues búscalo en Google. Lo recordarás rápido por varias películas que han pasado en la televisión.
Veo acercarme cada vez más a la escuela. Sonrío aliviada. Cuando llego acomodo mi bicicleta, entro rápidamente. 10:46 am. Genial. El maestro llegaría posiblemente 1 minuto antes.
    Que comience otra clase donde esté el dolor, (Tú).

* * *

    Llego totalmente sudorosa a casa. Me tumbo al sofá y pego un grito de cansancio. Y después tendré que ir al banco a dejar algo de dinero, ¡nooo! Bufo. Comienzo a patalear y respiro profundamente. Ahorita no puedo pensar en otra cosa más que en ¡CAN-SAN-CIO! Me quejo.
    Alzo la mirada y veo a Bill que se pone frente a mí, se pone en cuclillas y me mira burlón. Seguía con la ropa que le había prestado. Sonrío cansada y cierro mis ojos.
Estoy cansada tanto física como emocional y espiritualmente. El aikido no es juego: es una cosa seria. Sí, amo aikido, pero es mucho trabajo. Y gracias a eso le diste su merecido a Bill ¡ja! Río en mis adentros. En esas tres horas y media de clase estuve en combate, después en teoría y finalmente en un llamado “examen”. Salí bien, a excepción en teoría: me distraje un poco. El maestro estuvo a punto de ponerme un castigo. ¡De la que me salvé!
    Me levanto lentamente hasta incorporarme. Bill sigue con esa mirada burlona. ¡Deja de mirarme así, Kaulitz! Aún recuerdo cuando pensé en eso. Se levanta y se sienta a mi lado.

    Bill— ¿Y bien? ¿Cómo estás? —preguntó.
    (Tú)— Estoy muriéndome —murmuré—, pero en lo que cabe bien —suelto una risita—. ¿Y tú? —lo miré.
    Bill— Estuve pensando todo este rato que estuviste ausente de lo que hablaríamos, según tú —dijo.

    Tiene razón. Maldita sea. Frunzo el ceño. Bueno, yo también estuve pensando un poco de lo que hablaríamos, pero terminé olvidando mi guión. Lo prometido es deuda.
    Sigue mirándome, como esperando a que diga algo. Abro mi boca.

    (Tú)— Bueno, digamos que son varios puntos que quiero dejar muy en claro, Bill. Uno: entiendo que te sientas solo y eso, pero… por favor, no vuelvas a venir de esa manera aquí a mi casa. Fue un poco traumante que llegaras así: pensé que te habían drogado, o algo así —me estremezco—. Uy.
    Bill— Pero si yo y...

    Lo interrumpo.

    (Tú)— Cállate, y déjame hablar. Dos: no te sientas forzado a decirme lo que te pasa. Todo a su tiempo, Kaulitz: no todo tienes que decírmelo a la carrera —niego con la cabeza—. Cuando en verdad quieras contarme algo dímelo con confianza: en partes o todo si quieres, pero ya no lo digas así como ayer. Me pusiste sentimental a mí —bufé—. Tres: DEBES HACER TUS PROPIAS COSAS, BILL. No todo el tiempo voy a decirte “—ok, puedes quedarte aquí en mi casa—“: tienes trabajo, tienes tiempo de ocio. Claro, también echa de menos un tiempecito a tu esposa, pero no te claves en venir acá o en ir por prostitutas, tomar o algo así.
    (Tú)— Cuatro: DEJA TUS MALDITOS VICIOS. No sabes cómo detesto a las personas que fuman, toman o andan en la vida loca. Entiendo lo que estás pasando, pero no te pases. Si vienes acá de vez en cuando, quiero que estés bañado, en santo juicio y sin olor a cigarro. Uy, que asco —susurré—. Y cinco: deja esa actitud de niño que no afronta su realidad. Si te duele lo que te digo, lo siento: hablo con la verdad. ACEPTA QUE TU ESPOSA YA NO ESTÁ. Ok, llora lo que quieras, pero no tanto tiempo. Vive tu vida: eres guapo, tiene trabajo, tienes tiempo de ocio, me tiene a mí para pasar buenos ratos. SI VUELVES A CLAVARTE CON ESO TE DEJARÉ COMO SANTO CRISTO, ¿vale? —lo miro seriamente.

    Abre sus ojos como platos y asiente lentamente. Mmm, creo que aún me faltaba más por decirle pero ya no recordaba lo demás. Suspiro. Estoy tranquila. Lo miro y sonrío.

    Bill— De acuerdo —dijo sorprendido.
    (Tú)— Ay, pero no te espantes: tan poco es para tanto —río. Me levanto del sofá y camino hacia la cocina—. ¡Aún no me conoces bien! Te falta mucho —exclamé desde la cocina.
    Bill— Con lo poco que he convivido contigo me has dejado traumado —exclamó.
    (Tú)— Hazme enojar y verás —sonreí.

    Reímos y niego con la cabeza.

    (Tú)— Necesitaré de Santiago —pensé.





5 comentarios:

  1. AAAAAHHHHHHH ME ENCANTO ESTO ESPERO QUE SUBAS PRONTO UN BESO

    ResponderEliminar
  2. Me gusto mucho, :) sigue subiendo te quieroo
    att
    naomixiitap :)

    ResponderEliminar
  3. sube pronto me encanto sube
    lo lamento por no comentar el otro capi tuve problemas en fin
    bye besos

    ResponderEliminar
  4. Definitivamente eres espectacular escribiendo, me gusta mucho.
    Ya quiero leer más, me estoy volviendo adicta a tu historia :)
    Cuídate mucho bye.

    ResponderEliminar
  5. me encantaaaa
    esribes muy bien
    espero el prox
    bye cte:)

    ResponderEliminar

Gracias por comentar(: