29 de agosto de 2013

Capítulo 17



Repasaste por última vez tus movimientos, defensas y ataques veinte minutos antes de que comenzara el combate. Estabas ya lista con varias de tus armas y tu vestimenta: una chaqueta keiko gi y un pantalón kaku, similares a la vestimenta del judo o karate, y debajo una camiseta ya que se llevaba puesto sin ropa interior, amarrados a un cinturón llamado obi. Sobre el pantalón llevabas puesta la hakama: una prenda estilo falda que te cubría desde la cintura hasta tus pies, era muy práctico y te ayudaba a moverte fácilmente. Para andar en toda la escuela utilizabas unas sandalias especiales llamadas zoris y así no ensuciabas mucho tu ‘uniforme’. Y claro, te peinaste de coleta de caballo aunque era preferente hacerte una ‘cebolla’ o algo por el estilo.
    Ya todo estaba listo. Casi todos los alumnos estaban ahí para presenciar el combate entre Jennifer y tú. Inició la “ceremonia” y luego se abrieron paso al momento clave. Dejaste tus zoris en el borde de la zona del combate —o también llamado ‘tatami’— e hiciste un saludo al maestro y luego a tu compañera. El maestro se retiró y Jennifer inició con su primera ataque, dándote una patada al costado, tomaste su pierna y le diste vuelta junto con el cuerpo de ella y cayó al piso. No había nada de ruido más el que hacían con sus movimientos.
    Veinte minutos habían pasado ya y ahora estaban utilizando toda clase de armas: sables, espadas, bastones, navajas…, más que nada bastones de bambú. Solo logró tirarte 5 veces Jennifer, mientras que tú apenas lograste tirarla 6 veces. Tú eras más liviana que la otra, lo que te daba ventajas. Luego utilizaron espadas: por poco y Jennifer logra cortarte parte de la cara. Al parecer todo iría en que ella te ganaría, pero hiciste unos cuántos movimientos que la dejaron adolorida totalmente, dejándola en el piso.
    El combate duró aproximadamente 50 minutos. El maestro quedó satisfecho con lo que habías hecho: era señal de que estabas dentro nuevamente. Aquí no había ganadores. Era un combate “amistoso”, por así decirlo. Jennifer por dentro se estaba muriendo del coraje, pero tú fuiste más astuta y ella no quería aceptarlo.
Saludaste a tus otros compañeros y luego al maestro; platicaron un rato y te percataste de que Santiago estaba ahí, viendo todo: él había visto toda tu pelea. Sonreíste, saliste del tatami, te colocaste tus zoris y lo abrazaste. Pensé que no se acordaría, pensaste.

    Santiago— Es la octava vez que te veo pelear y aún así me dejas sorprendido: eres fuerte y machota —dijo emocionado.
    (Tú)— Al parecer me fue bien —me encojo de hombros y sonrío—: ¿quieres esperarme aquí o…? —lo miré.
    Santiago— Yo te espero: iremos a tu casa para hablar de algo serio —dijo.
    (Tú)— Ah… claro —digo algo confundida y acepto—. No tardaré en cambiarme ¿vale?
    Santiago— Vale —asintió.

•Narra (Tú):

Por mi cabeza pasaron muchas ideas: lo de Bill, por qué no le conté lo de aquella señora, haber regresado a mi vida normal, etcétera. De todas ellas deduje solo dos: lo de Bill y por qué no le conté lo de aquella señora. “Estás en serios problemas, señorita”, me dijo mi subconsciente burlona. Bien, creo que ya era hora de que Santiago supiera todo… porque desde que fue a visitarlo no me ha contado nada, y eso me inquieta. ¡Puede que Bill le haya contado otra cosa! Y nuevamente caeré como la malota del cuento. Tú tranquila: el que nada debe nada teme. Suspiro y voy a cambiarme con ayuda de una compañera llamada Penny.
    Aproximadamente me tardé media hora, más aparte en despedirme de todos mis compañeros y del maestro. Luego salí con Santiago llevándose mi mochila con todas mis cosas de aikido.
    Caminábamos ya rumbo hacia mi casa. Ninguno hablaba, y eso comenzaba a inquietarme: quería que dijera alguien algo, pero no… Solo silencio. Decidí yo romper eso.

    (Tú)— Y… ¿vas a decirme ya como te fue? —le pregunté a Santiago.
    Santiago— Llegamos a tu casa, primero me cuentas lo que tengas que contarme y al final yo ¿ok? —dijo.
    (Tú)— Ya. Ok.

    No dije nada. Santiago me va a matar seguramente con una de mis navajas.

* * *

Ya entrando a la casa Santiago dejó con cuidado mi mochila en el suelo y nos sentamos en el sofá. Me sentía algo nerviosa: cuando se habla con Santiago algo malo sucede siempre.

    Santiago— Empieza con lo que tengas que decirme —dice.
    (Tú)— ¡Ay, bueno! No te lo conté antes porque no quería arruinar mi felicidad, pero bueno: te mentí respecto al golpe que tenía. Resulta que el pasado martes mientras había revisado algo en mi celular una señora entró como si nada a la habitación de Bill, lalalalala, comenzó a decir que “mi hijo podre de ti”, “¿cómo pudo pasarte esto?”, en fin: ya no recuerdo lo que le dijo. Según la enfermera le había dicho a la señora que no podía pasar, cosa que a ella le valió un carajo. Yo deduje que era su mamá, entonces algo en mí me causó enojo, la saqué fuera de la habitación y me la llevé algo lejos para que nadie nos escuchara. Ahí le dije que por qué apenas venía a ver a su hijo, que mejor regresara de donde vino; ella me dijo “mal educada, seguramente eres una interesada en su dinero” o algo así y ahí fue cuando yo le saqué sus trapos al sol: ella ni siquiera se inmutó a acompañar a su hijo en el funeral de su nuera, y ahora ni siquiera estaba al tanto de Bill en su gran paliza. La otra se indigno y me dijo que su trabajo, y que según estaba muy ocupada y luego que no podría impedirle ver a su hijo ya que según él la iba a preferir a ella y no sé qué más —frunzo el ceño.
    Santiago— ¿Y luego? —dijo.
    (Tú)— Le dije que era su palabra contra la mía porque yo he conocido a Bill tan solo en un mes y ella ha tardado bastante y porque yo estuve desde el día en que me llamaron avisándome de lo que le pasó, entonces ¡bam! Me dio una tremenda cachetada; casi me gira la cara. Si logró sacarme algo de sangre —asentí— y mejor se fue. Fui yo a recepción y pedí un guardia, ya que solo tú y yo habíamos firmado una responsiva donde nos hacíamos cargo de Bill. Nadie más podía verlo.
    Santiago— Ok: la señora te golpeó y te “amenazó” por así decirlo. ¿Qué pasó después? —me miró ceñudo.
    (Tú)— Ah sí, sí. Ya terminado ese asunto todo estuvo genial y hermoso hasta que llegó la señora de nuevo el lunes —suspiro frustrada—: le inventó que yo quien sabe y que le hice y dije quien sabe que cosas —niego con la cabeza—; no sabes. Le inventó así, un chorote* enorme, Bill se quedó confundido y tuve que explicarle todo lo que pasó realmente: cuando terminé no me dijo y pensé “oh, joder: le ha creído a su… madre”, pues como no me dijo nada ¿yo que tenía que hacer ahí? —me encojo de hombros— Solo me fui de ahí… e hice algo loco e inesperado: renuncié a ser responsable de Bill.
    Santiago— ¿Qué? —me miró serio y a la vez sorprendido— ¿En serio? Oh, wow… Y a todo esto… —mueve sus manos buscando una palabra adecuada a esto— ¿Cómo pudi…? ¡Y apenas me entero! —exclamó indignado.
    (Tú)— Ya te lo dije —pongo los ojos en blanco—: no quería arruinar mi felicidad; de haberlo hecho estaría allá con Bill… y soportando a su mamá… —bufo.
    Santiago— No seas tonta, (Tú): la famosa ‘madre’ de Bill no ha estado con él —dijo serio.

    Iba a decir algo pero me callé luego. ¿En serio? Era increíble. Y no, eso no me haría cambiar de opinión: no regresaría al hospital. O sea, ya tengo mi pase de entrada al restaurante y al aikido de nuevo: si lo pierdo… no sé, me mato.

    (Tú)—Ahorita hablamos de eso, Care. Como decía: me deshice de esa responsiva; doctor se sorprendió mucho y le tuve que explicar las razones: lo entendió y aceptó mi decisión. Justo cuando iba rumbo al elevador me encontré con Simone, porque así se llama la señora, y me dijo que Bill me quería a mí y no a ella; cuando le dije que ella se haría cargo de Bill casi le da un infarto: quería todo menos eso. Sabía que todo el tiempo estaría ahí con él checándolo o cosas así: por eso lo hice. Quise saber cuánta madre tenía Bill… pero con lo que me acabas de decir… al parecer Bill no tiene; dejó de tenerla hace mucho tiempo —digo pensativa.
    Santiago— ¿Y no sientes un poco de remordimiento? Ahora Bill está solo: nadie lo visita más que yo… Aparte él t…

   Lo miré. En primera: ¿él lo visitaba? ¿Y ni siquiera me lo ha dicho? Oh bien: al parecer estamos iguales. Segunda: ¿Bill qué? Eso me dejó muy intrigada. Hice a un lado lo segundo y pensé en lo primero. Seguramente el lunes cuando lo visitó hablaron seriamente y al final hicieron las paces. Eso quiere decir… cero problemas. ¡Yaay!

    (Tú)— Oye, yo ya te conté lo que pasó recientemente. Creo que tú… debes contarme… algo ¿no? —lo miro divertida.

    Bufó.

    Santiago— Fui ese día tal y como me lo dijiste… entonces llegué normal y me encontré con Shannon y comenzó a decirme muchas cosas: que su mamá era esto, que pobre de Bill, en fin… seguro ella pensaba que yo sabía algo más o menos o no sé. El caso es que entré y… casi me asqueo: ya sabes cómo soy yo con los enfermos y/o hospitales —se estremece—. Él me miró sorprendido, no se esperaba esto: pensó que alguien más vendría o no sé… Y…, hablamos —asintió a la vez de encogerse de hombros.

    Sonrío emocionada y me acerco a él. Tenía que saberlo todo: seguro hablaron de como pasó el accidente, de su recuperación, de su madre o de chicos. ¿Por qué te emocionas tanto, (Tú)?

    (Tú)— Suelta todo, Care: necesito saber de qué hablaron —digo.
    Santiago— ¿Eh? ¡No! ¿Por qué? —frunció el ceño— No es de tu incumbencia —dijo.
    (Tú)— ¡Yo te conté todo! Ahora tú cuéntame lo que pasó el lunes —sonrío nuevamente.
    Santiago— Que no: es privado.
    (Tú)— ¿Hablaron de cosas… de ustedes chicos? —digo dudosa.
    Santiago— Mmm, algo… Casi —entrecierra sus ojos—, pero específicamente no. Algo más privado, ¡pero no es de tu incumbencia!
    (Tú)— ¡Santiago! —chillé— Eso no es de hermanos: dimeloo —insistí.

    Lo consideró un momento y suspiró. Ya iba a decírmelo.

    Santiago—Hablamos de ciertas chicas… tú sabes: así, buenotas y… luego hicimos las paces. ¡Ah! Y luego hablamos de que tú no le habías abandonado… no del todo, claro, pero que no lo abandonaste: ese tío —suelta una risotada— estaba tan indignado, y molesto contigo también.
    (Tú)— Sí, lo sé: me llamó al celular el lunes cuando iba a entrenar al parque. Me dijo unas cosas… que bueno, ya para qué te digo —digo.
    Santiago— Mmm, ¿qué cosas? —inquirió.
    (Tú)— Bueno, primero que estaba indignado y que yo era una pena por haberlo dejado, que me creyó a mí por lo que le conté pero estaba esperando a que le dijera algo cuando me miró “feo”, y luego me dijo que me quería allá con él en el hospital: según su mamá no le hacía caso y que era mejor estar conmigo. Sabes que yo presiento tanto cosas buenas como malas: y esto fue algo malo. Lo sentí algo así como: “(Tú): me gustas. Te quiero acá en el hospital porque me gustas”; ¿sabes como reaccioné ante eso? Casi me da un paro respiratorio. Bill ha sido… muy raro conmigo.
    Santiago— ¿A qué te refieres? —dijo algo intrigado.
    (Tú)— Ya lo dije: a veces siento que me están mandado señales de “oye, tú, mocosa: me gustas” —dije extrañada.

    Santiago miró hacia otro lado: seguro no lo podía creer. Santiago era rápido para notar a quien le gustaba o a quien no, pero eso lo tomó por sorpresa. Sí, a mí también y aunque podría haber muchas posibilidades de que le gustase a Bill o no… no dejaba de preocuparme. Si yo le gustaba a Bill y me lo decía ¿qué iba a hacer yo? Obviamente tendría que mandarlo a la friendzone. Si me insistía sacaría un lado que no me gusta: mi lado oscuro, malo y frío; odio hacerlo. Y si no le gustaba pues… que bien ¿no? Todos estaríamos contentos y seguiríamos con esta hermosa amistad. Nadie pierde nada.
    Estaba confundida. Todo esto de Bill me tenía un poco mareada.

    Santiago— Y… ¿tú no has considerado la idea de que si le gustas? —me miró.
    (Tú)— Hay muchas probabilidades, pero… odio decirlo… siento que sí le gusto. Es que… jamás me había sentido tan decidida en ello: lo siento, en serio —me incorporo y me froto las sienes.
    Santiago— Mmm, ¿y a ti no te gusta? Acuérdate de esa vez que dijiste que es atractivo —espetó.

    Abro mis ojos como platos y me levanto rápidamente. ¿Cómo podía Santiago preguntarme esas cosas? Él sabe perfectamente, Shannon sabe, todo el mundo sabe que a mí no me gusta Bill… ni me gustará. ¿Si puedes ver la diferencia? Somos… totalmente alrevesados, o sea, diferentes. Creo que ya todos hemos visto como somos él y yo: nunca estaríamos bien. No me gusta, no me gusta.

    (Tú)— ¿Qué rayos has dicho? No, ¡no me gusta! —exclamé y luego reí levemente. Esto era increíble— Ya te lo he dicho desde aquel día en que nos conocimos por mera casualidad, es más, a Shannon ya también se lo he dicho. ¿Quieres mis razones? —lo miro.

    Un asentimiento.

    (Tú)— Primera: él es un cabrón con problemas más graves que yo. ¿Sabes lo difícil que sería cargar con él? Que no lo tome a mal, pero es cierto. Segunda: ok, imaginemos que me gusta y yo a él e iniciamos una relación: ¿se sentiría bonito como él me recordara a cada rato como era su esposa antes de morir? No me sentiría cómoda con ello. Es como si me dijera: “quiero que seas como ella para sentirme mejor”. Si me lo dijera algún día, mijo, lo mando por un tubo y vámonos a la China —digo—. ¿Si me entiendes?
    Santiago—  Perfecto, pero podrías ayudarlo a bajarse de esa nube: podrías bien ayudarlo a que deje ya en paz a la esposa muerta y listo. Claro… si tuvieran una relación —dijo.
    (Tú)— Sería como si una rana criara pelos. ¿Cuándo es eso? Nunca —me cruzo de brazos y camino de un lado a otro—. Tercero: su mamá es tan… mala y tacaña y ¿mala? No, Santiago, es que en serio deberías verla y escucharlas: me cayó súper mal el día que la conocí. Sigamos con lo de la relación imaginaria: ella jamás nos dejaría estar juntos. Ella me odia solo porque le saqué sus trapitos al sol —bufo—: ¿ves? Nada está a nuestro favor. Cuarta: yo no soy la sucesora de Frances, como dijo Shannon; no soy la salvadora de Bill, no soy la enviada por justicia divina encargada de él. Esto pudo haberle pasado a miles de chicas, y sí, esto es una gran coincidencia… pero cargar con alguien así, no. Lo siento pero no.
    Santiago— ¿No estás siendo un poco… dura? —dijo.
    (Tú)— Solo estoy siendo sincera —me encojo de hombros y niego con la cabeza. Créeme que si le llego a gustar a Bill y me lo hace llegar directamente de su boca cualquier día que vaya a visitarlo… no sé, me doy un balazo —suspiro—. No quisiera mandarlo a la friendzone porque bueno… juro por Dios que no me gusta ni me gustará: es guapo, ya lo dije, pero… él y yo como feliz pareja… no. Olvídate —digo y sonrío forzadamente.
     Santiago— Eso me dolió: y eso que soy tu mejor amigo. No a cualquiera le gusta ser mandado a la friendzone. Es feo —murmuró.

    Dímelo a mí, Santiago. Sí, la verdad es dura, pero tendríamos que aprender a vivir con ello para no estar siempre atormentado. A mí también me dicen verdades muy crueles y vivo con ello; fácil ¿no?

    Santiago— No quisiera ser Bill: te odiaría por decirme eso… ¡Ah, cierto! Pero no sabemos si a él le gustas —dice y juega con sus manos.
    (Tú)— La verdad es dura —digo.
    Santiago— Ya hablando en serio… ¿y si le gustaras? ¿Cómo lo tomarías? —me miró.
    (Tú)— ¿Cómo lo tomaría? —lo pienso: no era tan difícil decirlo— Con sorpresa e indignación. Le diría: “¿cómo? ¿Cuándo empecé a gustarte? ¿Qué hice para gustarte? ¿Qué puedo hacer para que no te sientas triste cuando te mande a la friendzone?” —murmuro pensativa y asiento— Por Dios, Santiago, no sé: tampoco puedo decirlo tan al aire; tú no eres Bill Kaulitz… Es… —suspiro— complicado.
    Santiago— Me sorprendes. ¿Utilizarías entonces la táctica de ‘bateo amable’? —preguntó.
    (Tú)— En caso de que le gustara, sí —asiento. Frunzo el ceño y miro a Santiago—. Y a todo esto, ¿tú sabes algo o me hablas al tanteo? —le pregunto.
    Santiago— Solo hablo al tanteo… —dice y luego reacciona— ¡Oye! Que falta de confianza tienes en mí: muérete.
    (Tú)— Solo preguntaba, señorito —sonrío—. Y bueno, ya aclarado todo ese asunto… ¿Qué hacemos ahora? Hablar de estas cosas hace que me hambre —hago un mohín.
    Santiago— Son… las 5.10 pm exactamente: ¿quieres ir a un Mc Donald? —preguntó.
    (Tú)— ¿Tú quieres ir? —digo.
    Santiago— Claro, después de eso te dejaré aquí nuevamente y me iré a mi casa —se encoje de hombros.
    (Tú)— Entonces andando: un cuarto de libra me espera —froto mis manos rápidamente.

    Ya para que les cuento lo que pasó cuando fuimos a la ciudad: Santiago quiso que fuera al hospital para ver a Bill un rato. Lo que hice casi fue huir de ahí e irme ya al Mc Donald. Casi me jaló de los pies para ir allá. No es que no quisiera verlo, pero… el haber hablado de que le gustaba posiblemente, me ha puesto algo miedosa. Tal vez solo pregunte su estado y luego me iría de ahí.
    ¡Oh! Y luego al estar ya acercándonos al Mc Donald nos topamos con el mimo de aquella vez: cuando lo vi el casi huyó. No, no es cierto, pero se sorprendió. ¿Sabes que hizo? Me dio otro papel. Lo que se me ocurrió decirle fue: “—oye, ya, en serio: ¿quién te manda a que me des estas cosas?”. No respondió y se fue. El papel decía:

“Cuando te toco me siento tan feliz.
Es una sensación tal que no puedo ocultar mi amor”.

     Esa canción claramente era de los Beatles — ¿qué rayos tendrán con esa hermosa banda británica?— y la conocía perfectamente. Suspiré cuando me la dio y luego la guardé en mi bolsillo del pantalón.

* * *

X— Ojalá me estés jodiendo: estoy imaginándome cosas malas respecto a eso.
X2—Lo siento: te deseo mucha suerte. Yo creo que no podré hacer nada con ella —suspira.
X— De acuerdo… Bueno, gracias de todos modos. Me toca hacer el resto —cuelga.









Bueno, no sé que haya pasado con el capítulo anterior que no fue visto por las lectoras y creo que fue un fallo y que sí subí, pero bueno, ah… si logran ver esta entrada que bueno; más adelante pondré el capítulo 16 que no pudieron ver. Gracias por leer.

3 comentarios:

  1. ay no quien hablaba y con quien sube pronto la duda me mata

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  2. aaaaaaaaaaaaaaaaa porque lo dejas ahiii?
    muero por saber mass
    perdon no pude comentar antes
    espero el pox
    bye cte:)

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  3. Wow!
    Esta genial de verdad muero por leer más, es muy intrigante
    Cuídate mucho bye.

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Gracias por comentar(: