Bill Kaulitz quería verme. ¿Esto era en serio?
Admito que sentí un miedo: ¿y si era para mandarme al carajo como yo lo hice
con él? Aún no podía creerlo. Bill
despertó y quiere verme ahora. Asiento y antes de entrar a la habitación
escucho a Shannon hablarme.
Shannon—
Todo estará bien —me dice sonriente.
Ojalá te escuche Dios. Suspiro y entro.
Solo podía ver los ojos de Bill a través de las vendas: me estaban mirando. Mis
ojos volvieron a cristalizarse, pero los cerré y abrí para no llorar: Bill no
podía verme llorar. Me acerqué a él sin llegar aún a la cama; la enfermera
sonrío y salió rápidamente. Una puta lágrima vergonzosa rodeó mi mejilla y la
quité con mi mano. ¿Por qué estaba tan emocionada y sentimental ahora? Solo
Bill Kaulitz era un amigo mío.
Bill—
(Tú) —alcanzó a decirme.
(Tú)— ¿Me
guardas rencor por lo de la otra vez? —hago una mueca de preocupación.
No dice
nada. Alza suavemente su brazo: quiere que tome su mano. Ay, no: que pena. ¿Por qué siento pena? Sonrío tímida y me acerco
lentamente, me siento en el borde de la cama y con algo de miedo tomo su mano.
Dime tú, ¿por qué me siento tan rara con él, tomándome la mano? Maldito rubor
en las mejillas.
Bill— ¿De
verdad esas niñas te dejaron abandonada en media escuela? Son tan malas: esas
no eran tus amigas —dice medio burlón.
¡Oh,
maldición! Se acordó de lo que le conté el primer día que estuvo en esta
habitación. Este es el Bill que conozco.
Con eso… con eso tuve para ponerme a llorar como Magdalena. No te burles, ¿sí? Estoy…
muy sentimental ahora. Bill se rió apenas pero luego se quejó por los golpes que
le hicieron.
Bill—
¿Por qué lloras? —me dijo.
(Tú)—
Cállate: se me metió un ‘elBillKaulitzalqueconoscohadespertado’ al ojo —dijo
avergonzada—. Estoy sentimental ¿sí? No te burles —río entre lloriqueos.
Bill—
¿Tú? ¿Lloras por mí? Pero si tú me odias —murmuró.
Lo miro
seria y el ríe de nuevo.
(Tú)— Yo
no te odio: ¿sabes? El odio es algo serio. Solo… no me agradaste en aque…
Me
interrumpe.
Bill— No
lo digas, por favor.
(Tú)— Ah,
de acuerdo. Como decía, el odio es un sentimiento serio… Solo… yo odio a otras
personas, pero a ti no —niego con la cabeza—. ¿Cómo te voy a odiar? Ay, que
tonto eres.
Bill—
¿Segura? —dice.
(Tú)—
Claro —sonrío nostálgica.
Tener a
Bill ya despierto, y sonriendo a causa de mis anécdotas bochornosas… Es algo
que.., joder: me pone la piel de gallina. Me emociono mucho. Sonrío como
idiota… Claro: es tu amigo y te emociona
que ya al fin despertó y se podrá bien. Río levemente y trato de soltarme
de Bill, pero él pone más fuerza.
(Tú)—
Suéltame, Kaulitz —digo seria, evitando la risa.
Bill— Te
ves… distinta. ¿Qué te hiciste? —preguntó extrañado.
(Tú)—
¿Yo? No me he hecho nada: soy la misma —frunzo el ceño.
Bill— No
seas mentirosa: algo te hiciste. ¿Para mí?
Noto que
sonríe.
(Tú)— ¿Te
refieres a el cabello suelto, pantalones descoloridos y camisa a cuadros? ¿A
eso? —alzo mis cejas.
Un
asentimiento.
(Tú)— Ah,
bueno: las pocas veces que me viste con ropa más “deportiva” fue porque salía a
correr o tenía clases de aikido. Me gusta más estar con esa ropa, pero... me
dio flojera lavarla y entonces… —miro mi ropa y me encojo de hombros.
Bill— Te
ves… hermosa —dijo.
Abro mis
ojos como platos y lanzo una carcajada, una carcajada de nervios; mis mejillas
comenzaron a optar un color rosa pálido. ¿Por qué me afecta que me diga ese
tipo de cosas? “No te hagas la idiota: a Bill le gustas”, me dijo mi
subconsciente. Bufo y niego con la cabeza. Bill no dice nada.
Bill—
Entonces… ¿no me odias? —preguntó.
(Tú)— No,
¿para qué? Creo que… lo de aquella vez es asunto olvidado. ¿Tú me odias?
—entrecierro mis ojos.
Bill— No.
Yo jamás te odiaría.
No digo
nada. Lo peor de estas situaciones era que tenía una gran intuición y gran
capacidad para saber lo que está pasando: puede que mi subconsciente tenga
razón… ¿Yo? Pero si yo estoy fea y soy…
rara. De la buena, pero rara. ¡No! No hay tiempo para pensar en eso: ahora
más que nada debo pensar en la recuperación de Bill y saber cuándo le van a
quitar esas espantosas vendas.
Por fin
me suelta y pongo mi mano en mi regazo, miro toda la habitación, voy por mi
mochila, saco mi celular que está sonando y es Santiago. Sonrío.
Bill—
¿Quién es? —preguntó serio.
(Tú)—
¡Shh! Guarda silencio —contesto y me siento en el sofá—… Perro —digo
emocionada—… ¿Ah? ¿Intuición? No lo creo… Buenísimas noticias, no sabes… ¡Sí!
Caliente, caliente —asiento y miro a Bill que mira hacia el techo, ignorando
cortésmente mi conversación—… ¿Vendrás? ¿En serio? Júralo, maldito: necesitan
hablar ustedes dos —Bill me mira—… Ya dijiste: a mí me dará tiempo de ir a
bañarme en lo que ustedes hablan…, y hacen las paces —digo burlona—… Sale, ya:
vienes al rato… Adiós —cuelgo.
Bill—
¿Quién viene al rato? No me da buena espina.
(Tú)— Ya
verás.
Luego de
un momento de sentimentalismo y felicidad, decido contarle lo de su mamá. Sí,
es algo apresurado pero seguramente su mamá un día entrará sorpresivamente y
cuando vea a Bill… me armará un pleito de verdad: conozco a las de su tipo. Van
a llorar y llorar diciendo miles de cosas falsas, haciéndose la sufrida y
claro, diciendo la mala es uno. Ya, ya
siento a la señora aquí en la habitación. La escucho.
(Tú)— Oye, Bill… Pasando a otras cosas, quiero preguntarte algo. De
casualidad, así, por mera casualidad…, ¿tú mamá es una señora medio alta, con
cabello medio largo y como… rojo? —lo miro ceñuda.
Bill—
¿Ah? ¿A qué viene eso?
(Tú)—
Bueno, resulta que un día me encontré a una señora, que por cierto entró con
toda la libertad del mundo aquí sin permiso, y te dijo: “oh, Dios. Hijo, he estado tan preocupada por ti” —digo,
fingiendo un lamento—. ¿Sabes como se llama de casualidad?
Bill— Ah, bueno… Se llama Simone —asintió—,
¿por qué?
(Tú)— Te lo repito: entró con toda la libertad del mundo aquí sin permiso, lamentándose y
casi me corre. ¿Sabes que yo soy…
Y
nuevamente entra alguien: la señora Simone. Me doy un leve azote en la frente,
bufo y dejo caer la cabeza en el respaldo del sofá. El tipo de seguridad entra
y me mira, le hago una señal de “tranquilo: puede entrar” y sale, cerrando la
puerta. ¡Te lo dije! Ya la sentía aquí en la habitación. Me sorprende que haya
venido el día, el justo día en que Bill despierta. ¿Estará en una red de espionaje?
La señora comienza a decir su discurso, casi llorando.
No puedo
creer que el 98% de lo que dijo haya sido inventado. ¿Yo en qué momento le dije
‘señora interesada en el dinero de su hijo’ o ‘no piensa en su hijo y casi lo
deja morir en su accidente’? Me estaba aguantando la risa, esto era patético.
La señora Simone me señalaba, me decía miles de cosas —cosas típicas de ‘madre’
ofendida— y ya estaba al borde del llanto. Ojalá
pudiera ser igual de barbera que usted, señora. En ningún momento la
detuve: dejé que hablara y hablara hasta que se le acabara su discurso. Bill la
miraba sin decir nada. Al parecer él estaba igual que yo de confundido.
Cuando
por fin pudo acabar la señora un silencio reinó el lugar. Yo miraba mis uñas;
segundos después Bill me miró… serio. ¡No!
Mierda, le está creyendo su juego. Oh, y esto ya parece escena de telenovela
tonta. Lo miré a él y luego a la señora: estaba sonriendo victoriosa. “Es su palabra contra la mía”, recordé lo
que le dije al finalizar nuestra discusión. Carajo, Bill estaba dudando de mí:
lo veía en su mirada; lo entiendo: cualquier idiota habría caído en los juegos
de una madre así. Asiento, tomo mi mochila y me levanto.
No dejé de mirar a la señora. Arrogante, barbera y… ¡ash!
(Tú)— ¿Quieres que me vaya, Bill? Te
entiendo ¿ah? Nadie puede dudar de su… —miro a la señora— madre —me encojo de
hombros.
Simone— ¿Ves? Es una indirecta de: ‘tu
madre es una mentirosa’ —dijo indignada.
Bill— No terminaste de contarme tu versión
(Tú) —me dijo.
La mirada de Simone se tensó. Sonrío de
lado. “Es su palabra contra
la mía”,
volví a recordar mis palabras. Vuelvo a sentarme con las piernas medio abiertas
y recargando mis codos en ellas.
(Tú)— Retomando mi historia: ¿sabías que yo
y Santiago somos los únicos que podemos verte y estar al tanto de ti ya que firmamos
una responsiva? Aunque yo pienso que no tiene valor en lo absoluto, ya que… de
nuevo tu madre nos volvió a interrumpir —digo, mirando mis manos.
Simone— Eso no es cierto.
(Tú)— Bueno, ya, señora: yo no la
interrumpí en su versión. Cállese y deje que hable yo —bufo.
Bill— Tiene razón: guarda silencio, mamá.
(Tú)— En fin, tu madre entro y una
enfermera le insistió miles de veces que no podía entrar, cosa que le valió un
carajo. Te dijo miles de cosas en un lamento, la miré y luego la saqué
llevándola lejos de la habitación; me dijo que seguramente yo era una intrusa
queriendo dinero tuyo, también una maleducada, grosera, bla, bla, bla. Bueno,
yo le dije la verdad: nunca te ha hecho caso; saquemos nuestros trapos al sol
¿no? Bill, tu mamá ni siquiera estuvo en el funeral de tu esposa ¿cómo quieres
que estuviera contigo en tu accidente? —digo con cierta ironía. Las palabrotas
estaban a punto de salírseme de la boca— Según ella que el “trabajo” la tenía
ocupada y quién sabe qué cosas más; yo amablemente le dije: “señora, regrésese de donde vino”, la
verdad ya me estaba alardeando cosas y ni sabía todo lo que hice por ti desde
que me llamaron de este hospital. Ella me dijo: “no puedes obligarme: Bill, mi hijo, me va a preferir a mí que a usted”,
pero ahora por cómo me miraste no sé: me has puesto en duda, Bill. Yo te he
conocido lo suficiente en un mes: hoy se cumple un mes de habernos conocido,
pero eso no importa —frunzo el ceño y me levanto con la mochila en el hombro—.
Fin de la historia: aquí los que hemos estado más al pendiente de ti somos
Santiago y yo, pero más yo. ¿Tu mamá sabe que estuviste en terapia intensiva
por casi una semana? ¿Sabe cómo van las investigaciones contra los que te
hicieron esto? No. Conclusión: tú sabes lo que vas a hacer. Si quieres que me
vaya, ok, no hay problema… pero ahora yo voy a estar como tu mamá: entrando a
cada hora de chismosa —miro a Simone—, perdóneme pero digo la verdad —le digo a
ella… También voy a decirte mil discursos para que me tomes como la víctima; a
ver a quien le sale más bonito.
Suspiro. Creo que ese ha sido el discurso
más largo que había dicho en toda mi vida: y ha sido improvisado. Bueno, no del
todo: ha sido gracias a la frustración que me causa la señora. Es tan… pufs: desesperante. Miro a Bill
esperando una respuesta; su madre está más tensa. Es su palabra contra la mía. Hasta comencé a sudar debido al
coraje.
Suena
mi celular, lo miro y rechazo la llamada. Era Santiago.
Bill no dijo nada. No puedo creer que haya
perdido.
(Tú)— Ok, ya entendí, con permiso… —digo.
Salgo confundida de la habitación; Shannon
y Zac están platicando —de algo bueno, porque están muy sonrientes—, voy a
sentarme casi enfrente de ellos, bufo y me trueno cada uno de mis dedos.
“Maldita vieja: deberías ir a partirle la cara”, me dijo mi subconsciente
enojada. No voy a caer en su juego.
Me acomodo el cabello y me tallo el tabique de la nariz. Shannon logró entender
que algo no iba bien: seguro y vio a la señora aquella.
Shannon— ¿Todo bien? —me preguntó.
(Tú)— Car… —suspiro— No: todo mal —digo.
Dejo caer la cabeza y siento como Shannon
se sienta a mi lado y pone su mano en mi rodilla, tallándola un poco. ¿Cómo
logró enfermarme tan rápido esa señora? Suspiro y lanzo un pequeño grito de
furia.
(Tú)— Esa señora, Shannon: esa condenada
señora —murmuro. Alzo la mirada y la miro.
Shannon— Por el señor de los desaparecidos:
estás ardiendo. ¿Qué hizo ahora la señora? Vi cuando entro —me dijo.
(Tú)— Ya sabes: se hizo la víctima y bla,
bla, bla. Bill la prefirió a ella; entonces… yo ya no tengo nada que hacer aquí
—me levanto del sofá.
Shannon— ¿Eh? ¡No! —exclamó y se levantó
también— No puedes dejar ganar a la señora fea esa —frunce el ceño—: tú tienes
más derechos sobre Bill aunque la otra sea su madre. Tú has estado más al
pendiente de él desde que tengo memoria —dice—. No te vayas: ¿con quién voy a
platicar ahora?
(Tú)— Platica con Zac —digo.
Shannon— Pero yo no puedo platicar con él
de chicos sensuales —susurró.
Río levemente. Mi trabajo aquí había
terminado. Suena nuevamente mi celular, rechazo la llamada y me despido de
Shannon, que sigue insistiéndome en que me quede. Antes debo deshacerme de la
responsiva. Ya nadie sabe para quién
trabaja uno. Me dirijo con una enfermera y comienzo a hacer todo el
proceso; no necesitamos a Santiago puesto que yo había cargado con más
responsabilidad que él. Aproximadamente tardé una hora y media haciendo todo el
proceso. El doctor hasta se sorprendió: me estaba buscando para darme unas
instrucciones cuando Bill tuviera dolores por los hematomas, en fin. Fue algo
divertido estar con ese doctor: es medio bromista, pero cuando se trata de
hablar con seriedad… ¡pufs! Olvídate.
Terminado todo me encuentro con la
mismísima señora Kaulitz. Suspiro algo cansada al verla y ella casi a fuerza se
me acerca. Me acomodo la mochila nuevamente en mi hombro y espero a que hable;
me cruzo de brazos esperando a que diga algo. Genial: Bill despierta, pasamos un agradable momento y luego me echan
de ahí como si nada.
Simone— Bill… —hace una mueca de disgusto—
Bill quiere que vuelvas —dice molesta.
(Tú)— ¿Ah? ¿Cómo dice? —frunzo el ceño.
Simone— ¿Estás sorda o qué? Bill quiere que
vuelvas —dice.
Bueno,
al menos gané. Río y pongo una mano en mi boca. Esto era realmente
frustrante, confuso y divertido.
Simone— ¿Qué es tan divertido, niña?
—preguntó.
(Tú)— Usted, sinceramente. Y no es que la
esté ofendiendo, sino que… Caray, ¿qué curioso no? Yo apena vengo de renunciar
a la responsiva, ¿qué quiere decir esto? Señora Simone Kaulitz: usted, como
buena madre que es ahora se hará cargo de Bill —sonrió emocionada.
La cara de Simone se descompuso: ambas
sabíamos que no era bueno para ella. La tendría a ella todo el tiempo al tanto
de Bill, viendo si estaba bien o no, desvelándose por él, en fin. Intercambio de papeles, ¡yay!
Comienzo a caminar y ella me jala
bruscamente. Que emocionante era esto: al fin sería libre, podría hacer mis
actividades como usualmente lo hacía. Ya deseo ir pronto a las clases de
aikido.
(Tú)— ¿Qué? ¿Por qué la indigna tanto: no
era eso lo que quería? Listo: me voy de aquí y usted queda al mando de todo. La
interesada por el dinero de su hijo se va —me encojo de hombros.
Simone— Tienes que cuidar de él: siempre
los has hecho.
(Tú)— Lo siento: yo al fin soy libre… Pero
usted —le doy una mirada de desaprobación—, que lástima. Ahora, suélteme.
Me suelta de mala gana. Gané, gané, ¡gané! Mierda: soy tan
maravillosa. Pero extrañaré al flojonazo de Bill Kaulitz. Ni modo. Camino
rumbo a la sala de espera en donde está Shannon y Zac; me los encuentro y
abrazo a la pelirroja de felicidad.
(Tú)— Shannon: soy libre. No más desvelos,
no más enfermos… ¡Soy libree! —digo emocionada.
Shannon— Pero, ¿y Bill? —me miró con cierta
preocupación.
(Tú)— ¿Podrías mantenerme un poco al tanto
de él? —la miro, mordiendo mi labio inferior— Solo para estar segura...
Shannon— A ver, apuntaré mi teléfono en el
tuyo —sonríe.
Saqué mi teléfono y quité el aviso de las
llamadas perdidas de Santiago y ella rápidamente anotó su número. Así
estaríamos platicando a gusto y me informaría cualquier cosilla de Bill.
(Tú)— Bueno, eso es todo —me encojo de
hombros—. Mmm, ¿podrías darle un mensaje a Bill de mi parte, sin que su madre
te vea?
Shannon— Claro —asiente.
Le digo un mensaje de no más de 140
palabras y me despido de Zac y de ella. Me dirijo al elevador y al estar
adentro estaba pensando en lo que haría: ¿de nuevo iba a dejar a Bill ahí…
solo? Con esto seguro Bill me odiará
definitivamente. Aunque la verdad no me sentí tan culpable: le daría su
escarmiento a la señora esa. Cuidado con lo que uno pida porque se le puede
cumplir.
Llegué
a la planta baja y mi celular sonó nuevamente. Esta vez era Tom. Contesto.
(Tú)— Habla —digo—… Oh, nada: no pasó nada
de importancia, creo… ¿De verdad? Claro… Entonces…, el sábado que viene yo estaré esperándolos en mi
casa —asiento—… ¡Sí! Yo encantada… —río— Eres un imbécil… Vale, el sábado a las
2… Vale, adiós —cuelgo.
Bueno, ahí una prueba de que el sábado me
reuniría con Tom y la famosa Jennifer en un restaurante de comida española.
Mmm, comida española: deliciosa paella y torta española. Sonrío y decido irme
caminando hasta el restaurante. Quiero desayunar algo rico: son las 10.30 am y
me dará tiempo de desayunar. Le doy rapidez a mi caminata; el restaurante no
estaba tan lejos del hospital, quizá me haría una media hora caminando.
*
* *
Llegué
al restaurante y al ver a todos trabajando me trajo muchos recuerdos. Que lindo
sería regresar a este lugar. Santiago me mira confuso; yo me siento en una mesa
casi al centro, lo saludo y él se acerca como típico mesero. Sonrío aliviada.
Santiago— Ok, esto es extraño: te llamo 2
veces y no contestas y ahora apareces aquí cuando deberías estar cuidando a
Bill. ¿Qué pasa aquí? —me preguntó serio.
(Tú)— No más Bill Kaulitz ¿ok? Mmm, y
quiero unos huevos con jamón y un gran vaso de jugo de naranja —sonrío
nuevamente.
Santiago— Tienes que contármelo todo ¿ah?
Por ahí algo pasó: para nada dejarías a Bill ahí solo —frunce el ceño.
(Tú)— Andando señor Santiago: te daré buena
propina —guiño un ojo.
Santiago y yo miramos casi al mismo tiempo
a la puerta de la cocina: ahí estaba el jefe. Mi exjefe. Hizo una señal,
claramente diciendo: “cuando termines te
veo, (Tú)”.
Santiago— Ahorita te traigo tu orden —dijo
y se fue.
ay no ¿lo dejare solito? pobre espero el siguiente un beso
ResponderEliminarTe lo juro que me quedé MUDA por dios es tan adjaklsh
ResponderEliminarCuando leí lo de Bill y luego lo de su madre y ¡wow! espero que continúes pronto
Cuídate mucho bye
wow en te juro que sentí que fui yo que estaba nerviosa jejeje
ResponderEliminarpero en serio me quede en schok wow me encanto
bueno espero que subas pronto cuidate mucho bye besos