20 de agosto de 2013

Capítulo 15



Bill Kaulitz quería verme. ¿Esto era en serio? Admito que sentí un miedo: ¿y si era para mandarme al carajo como yo lo hice con él? Aún no podía creerlo. Bill despertó y quiere verme ahora. Asiento y antes de entrar a la habitación escucho a Shannon hablarme.

    Shannon— Todo estará bien —me dice sonriente.

    Ojalá te escuche Dios. Suspiro y entro. Solo podía ver los ojos de Bill a través de las vendas: me estaban mirando. Mis ojos volvieron a cristalizarse, pero los cerré y abrí para no llorar: Bill no podía verme llorar. Me acerqué a él sin llegar aún a la cama; la enfermera sonrío y salió rápidamente. Una puta lágrima vergonzosa rodeó mi mejilla y la quité con mi mano. ¿Por qué estaba tan emocionada y sentimental ahora? Solo Bill Kaulitz era un amigo mío.

    Bill— (Tú) —alcanzó a decirme.
    (Tú)— ¿Me guardas rencor por lo de la otra vez? —hago una mueca de preocupación.

    No dice nada. Alza suavemente su brazo: quiere que tome su mano. Ay, no: que pena. ¿Por qué siento pena? Sonrío tímida y me acerco lentamente, me siento en el borde de la cama y con algo de miedo tomo su mano. Dime tú, ¿por qué me siento tan rara con él, tomándome la mano? Maldito rubor en las mejillas.

    Bill— ¿De verdad esas niñas te dejaron abandonada en media escuela? Son tan malas: esas no eran tus amigas —dice medio burlón.

    ¡Oh, maldición! Se acordó de lo que le conté el primer día que estuvo en esta habitación. Este es el Bill que conozco. Con eso… con eso tuve para ponerme a llorar como Magdalena. No te burles, ¿sí? Estoy… muy sentimental ahora. Bill se rió apenas pero luego se quejó por los golpes que le hicieron.

    Bill— ¿Por qué lloras? —me dijo.
    (Tú)— Cállate: se me metió un ‘elBillKaulitzalqueconoscohadespertado’ al ojo —dijo avergonzada—. Estoy sentimental ¿sí? No te burles —río entre lloriqueos.
    Bill— ¿Tú? ¿Lloras por mí? Pero si tú me odias —murmuró.

    Lo miro seria y el ríe de nuevo.

    (Tú)— Yo no te odio: ¿sabes? El odio es algo serio. Solo… no me agradaste en aque…

    Me interrumpe.

    Bill— No lo digas, por favor.
    (Tú)— Ah, de acuerdo. Como decía, el odio es un sentimiento serio… Solo… yo odio a otras personas, pero a ti no —niego con la cabeza—. ¿Cómo te voy a odiar? Ay, que tonto eres.
    Bill— ¿Segura? —dice.
    (Tú)— Claro —sonrío nostálgica.

    Tener a Bill ya despierto, y sonriendo a causa de mis anécdotas bochornosas… Es algo que.., joder: me pone la piel de gallina. Me emociono mucho. Sonrío como idiota… Claro: es tu amigo y te emociona que ya al fin despertó y se podrá bien. Río levemente y trato de soltarme de Bill, pero él pone más fuerza.

    (Tú)— Suéltame, Kaulitz —digo seria, evitando la risa.
    Bill— Te ves… distinta. ¿Qué te hiciste? —preguntó extrañado.
    (Tú)— ¿Yo? No me he hecho nada: soy la misma —frunzo el ceño.
    Bill— No seas mentirosa: algo te hiciste. ¿Para mí?

    Noto que sonríe.

    (Tú)— ¿Te refieres a el cabello suelto, pantalones descoloridos y camisa a cuadros? ¿A eso? —alzo mis cejas.

    Un asentimiento.

    (Tú)— Ah, bueno: las pocas veces que me viste con ropa más “deportiva” fue porque salía a correr o tenía clases de aikido. Me gusta más estar con esa ropa, pero... me dio flojera lavarla y entonces… —miro mi ropa y me encojo de hombros.
    Bill— Te ves… hermosa —dijo.

    Abro mis ojos como platos y lanzo una carcajada, una carcajada de nervios; mis mejillas comenzaron a optar un color rosa pálido. ¿Por qué me afecta que me diga ese tipo de cosas? “No te hagas la idiota: a Bill le gustas”, me dijo mi subconsciente. Bufo y niego con la cabeza. Bill no dice nada.

    Bill— Entonces… ¿no me odias? —preguntó.
    (Tú)— No, ¿para qué? Creo que… lo de aquella vez es asunto olvidado. ¿Tú me odias? —entrecierro mis ojos.
    Bill— No. Yo jamás te odiaría.

    No digo nada. Lo peor de estas situaciones era que tenía una gran intuición y gran capacidad para saber lo que está pasando: puede que mi subconsciente tenga razón… ¿Yo? Pero si yo estoy fea y soy… rara. De la buena, pero rara. ¡No! No hay tiempo para pensar en eso: ahora más que nada debo pensar en la recuperación de Bill y saber cuándo le van a quitar esas espantosas vendas.
    Por fin me suelta y pongo mi mano en mi regazo, miro toda la habitación, voy por mi mochila, saco mi celular que está sonando y es Santiago. Sonrío.

    Bill— ¿Quién es? —preguntó serio.
    (Tú)— ¡Shh! Guarda silencio —contesto y me siento en el sofá—… Perro —digo emocionada—… ¿Ah? ¿Intuición? No lo creo… Buenísimas noticias, no sabes… ¡Sí! Caliente, caliente —asiento y miro a Bill que mira hacia el techo, ignorando cortésmente mi conversación—… ¿Vendrás? ¿En serio? Júralo, maldito: necesitan hablar ustedes dos —Bill me mira—… Ya dijiste: a mí me dará tiempo de ir a bañarme en lo que ustedes hablan…, y hacen las paces —digo burlona—… Sale, ya: vienes al rato… Adiós —cuelgo.
    Bill— ¿Quién viene al rato? No me da buena espina.
    (Tú)— Ya verás.

    Luego de un momento de sentimentalismo y felicidad, decido contarle lo de su mamá. Sí, es algo apresurado pero seguramente su mamá un día entrará sorpresivamente y cuando vea a Bill… me armará un pleito de verdad: conozco a las de su tipo. Van a llorar y llorar diciendo miles de cosas falsas, haciéndose la sufrida y claro, diciendo la mala es uno. Ya, ya siento a la señora aquí en la habitación. La escucho.

    (Tú)— Oye, Bill… Pasando a otras cosas, quiero preguntarte algo. De casualidad, así, por mera casualidad…, ¿tú mamá es una señora medio alta, con cabello medio largo y como… rojo? —lo miro ceñuda.
    Bill— ¿Ah? ¿A qué viene eso?
    (Tú)— Bueno, resulta que un día me encontré a una señora, que por cierto entró con toda la libertad del mundo aquí sin permiso, y te dijo: “oh, Dios. Hijo, he estado tan preocupada por ti” —digo, fingiendo un lamento—. ¿Sabes como se llama de casualidad?
    Bill— Ah, bueno… Se llama Simone —asintió—, ¿por qué?
    (Tú)— Te lo repito: entró con toda la libertad del mundo aquí sin permiso, lamentándose y casi me corre. ¿Sabes que yo soy…

    Y nuevamente entra alguien: la señora Simone. Me doy un leve azote en la frente, bufo y dejo caer la cabeza en el respaldo del sofá. El tipo de seguridad entra y me mira, le hago una señal de “tranquilo: puede entrar” y sale, cerrando la puerta. ¡Te lo dije! Ya la sentía aquí en la habitación. Me sorprende que haya venido el día, el justo día en que Bill despierta. ¿Estará en una red de espionaje?  La señora comienza a decir su discurso, casi llorando.
    No puedo creer que el 98% de lo que dijo haya sido inventado. ¿Yo en qué momento le dije ‘señora interesada en el dinero de su hijo’ o ‘no piensa en su hijo y casi lo deja morir en su accidente’? Me estaba aguantando la risa, esto era patético. La señora Simone me señalaba, me decía miles de cosas —cosas típicas de ‘madre’ ofendida— y ya estaba al borde del llanto. Ojalá pudiera ser igual de barbera que usted, señora. En ningún momento la detuve: dejé que hablara y hablara hasta que se le acabara su discurso. Bill la miraba sin decir nada. Al parecer él estaba igual que yo de confundido.
    Cuando por fin pudo acabar la señora un silencio reinó el lugar. Yo miraba mis uñas; segundos después Bill me miró… serio. ¡No! Mierda, le está creyendo su juego. Oh, y esto ya parece escena de telenovela tonta. Lo miré a él y luego a la señora: estaba sonriendo victoriosa. “Es su palabra contra la mía”, recordé lo que le dije al finalizar nuestra discusión. Carajo, Bill estaba dudando de mí: lo veía en su mirada; lo entiendo: cualquier idiota habría caído en los juegos de una madre así. Asiento, tomo mi mochila y me levanto.
    No dejé de mirar a la señora. Arrogante, barbera y… ¡ash!

    (Tú)— ¿Quieres que me vaya, Bill? Te entiendo ¿ah? Nadie puede dudar de su… —miro a la señora— madre —me encojo de hombros.
    Simone— ¿Ves? Es una indirecta de: ‘tu madre es una mentirosa’ —dijo indignada.
    Bill— No terminaste de contarme tu versión (Tú) —me dijo.

    La mirada de Simone se tensó. Sonrío de lado.Es su palabra contra la mía”, volví a recordar mis palabras. Vuelvo a sentarme con las piernas medio abiertas y recargando mis codos en ellas.

    (Tú)— Retomando mi historia: ¿sabías que yo y Santiago somos los únicos que podemos verte y estar al tanto de ti ya que firmamos una responsiva? Aunque yo pienso que no tiene valor en lo absoluto, ya que… de nuevo tu madre nos volvió a interrumpir —digo, mirando mis manos.
    Simone— Eso no es cierto.
    (Tú)— Bueno, ya, señora: yo no la interrumpí en su versión. Cállese y deje que hable yo —bufo.
    Bill— Tiene razón: guarda silencio, mamá.
    (Tú)— En fin, tu madre entro y una enfermera le insistió miles de veces que no podía entrar, cosa que le valió un carajo. Te dijo miles de cosas en un lamento, la miré y luego la saqué llevándola lejos de la habitación; me dijo que seguramente yo era una intrusa queriendo dinero tuyo, también una maleducada, grosera, bla, bla, bla. Bueno, yo le dije la verdad: nunca te ha hecho caso; saquemos nuestros trapos al sol ¿no? Bill, tu mamá ni siquiera estuvo en el funeral de tu esposa ¿cómo quieres que estuviera contigo en tu accidente? —digo con cierta ironía. Las palabrotas estaban a punto de salírseme de la boca— Según ella que el “trabajo” la tenía ocupada y quién sabe qué cosas más; yo amablemente le dije: “señora, regrésese de donde vino”, la verdad ya me estaba alardeando cosas y ni sabía todo lo que hice por ti desde que me llamaron de este hospital. Ella me dijo: “no puedes obligarme: Bill, mi hijo, me va a preferir a mí que a usted”, pero ahora por cómo me miraste no sé: me has puesto en duda, Bill. Yo te he conocido lo suficiente en un mes: hoy se cumple un mes de habernos conocido, pero eso no importa —frunzo el ceño y me levanto con la mochila en el hombro—. Fin de la historia: aquí los que hemos estado más al pendiente de ti somos Santiago y yo, pero más yo. ¿Tu mamá sabe que estuviste en terapia intensiva por casi una semana? ¿Sabe cómo van las investigaciones contra los que te hicieron esto? No. Conclusión: tú sabes lo que vas a hacer. Si quieres que me vaya, ok, no hay problema… pero ahora yo voy a estar como tu mamá: entrando a cada hora de chismosa —miro a Simone—, perdóneme pero digo la verdad —le digo a ella… También voy a decirte mil discursos para que me tomes como la víctima; a ver a quien le sale más bonito.

    Suspiro. Creo que ese ha sido el discurso más largo que había dicho en toda mi vida: y ha sido improvisado. Bueno, no del todo: ha sido gracias a la frustración que me causa la señora. Es tan… pufs: desesperante. Miro a Bill esperando una respuesta; su madre está más tensa. Es su palabra contra la mía. Hasta comencé a sudar debido al coraje.
Suena mi celular, lo miro y rechazo la llamada. Era Santiago.
    Bill no dijo nada. No puedo creer que haya perdido.

    (Tú)— Ok, ya entendí, con permiso… —digo.

    Salgo confundida de la habitación; Shannon y Zac están platicando —de algo bueno, porque están muy sonrientes—, voy a sentarme casi enfrente de ellos, bufo y me trueno cada uno de mis dedos. “Maldita vieja: deberías ir a partirle la cara”, me dijo mi subconsciente enojada. No voy a caer en su juego. Me acomodo el cabello y me tallo el tabique de la nariz. Shannon logró entender que algo no iba bien: seguro y vio a la señora aquella.

    Shannon— ¿Todo bien? —me preguntó.
    (Tú)— Car… —suspiro— No: todo mal —digo.

    Dejo caer la cabeza y siento como Shannon se sienta a mi lado y pone su mano en mi rodilla, tallándola un poco. ¿Cómo logró enfermarme tan rápido esa señora? Suspiro y lanzo un pequeño grito de furia.

    (Tú)— Esa señora, Shannon: esa condenada señora —murmuro. Alzo la mirada y la miro.
    Shannon— Por el señor de los desaparecidos: estás ardiendo. ¿Qué hizo ahora la señora? Vi cuando entro —me dijo.
    (Tú)— Ya sabes: se hizo la víctima y bla, bla, bla. Bill la prefirió a ella; entonces… yo ya no tengo nada que hacer aquí —me levanto del sofá.
    Shannon— ¿Eh? ¡No! —exclamó y se levantó también— No puedes dejar ganar a la señora fea esa —frunce el ceño—: tú tienes más derechos sobre Bill aunque la otra sea su madre. Tú has estado más al pendiente de él desde que tengo memoria —dice—. No te vayas: ¿con quién voy a platicar ahora?
    (Tú)— Platica con Zac —digo.
    Shannon— Pero yo no puedo platicar con él de chicos sensuales —susurró.

    Río levemente. Mi trabajo aquí había terminado. Suena nuevamente mi celular, rechazo la llamada y me despido de Shannon, que sigue insistiéndome en que me quede. Antes debo deshacerme de la responsiva. Ya nadie sabe para quién trabaja uno. Me dirijo con una enfermera y comienzo a hacer todo el proceso; no necesitamos a Santiago puesto que yo había cargado con más responsabilidad que él. Aproximadamente tardé una hora y media haciendo todo el proceso. El doctor hasta se sorprendió: me estaba buscando para darme unas instrucciones cuando Bill tuviera dolores por los hematomas, en fin. Fue algo divertido estar con ese doctor: es medio bromista, pero cuando se trata de hablar con seriedad… ¡pufs! Olvídate.
    Terminado todo me encuentro con la mismísima señora Kaulitz. Suspiro algo cansada al verla y ella casi a fuerza se me acerca. Me acomodo la mochila nuevamente en mi hombro y espero a que hable; me cruzo de brazos esperando a que diga algo. Genial: Bill despierta, pasamos un agradable momento y luego me echan de ahí como si nada.

    Simone— Bill… —hace una mueca de disgusto— Bill quiere que vuelvas —dice molesta.
    (Tú)— ¿Ah? ¿Cómo dice? —frunzo el ceño.
    Simone— ¿Estás sorda o qué? Bill quiere que vuelvas —dice.

    Bueno, al menos gané. Río y pongo una mano en mi boca. Esto era realmente frustrante, confuso y divertido.

    Simone— ¿Qué es tan divertido, niña? —preguntó.
    (Tú)— Usted, sinceramente. Y no es que la esté ofendiendo, sino que… Caray, ¿qué curioso no? Yo apena vengo de renunciar a la responsiva, ¿qué quiere decir esto? Señora Simone Kaulitz: usted, como buena madre que es ahora se hará cargo de Bill —sonrió emocionada.

    La cara de Simone se descompuso: ambas sabíamos que no era bueno para ella. La tendría a ella todo el tiempo al tanto de Bill, viendo si estaba bien o no, desvelándose por él, en fin. Intercambio de papeles, ¡yay!
    Comienzo a caminar y ella me jala bruscamente. Que emocionante era esto: al fin sería libre, podría hacer mis actividades como usualmente lo hacía. Ya deseo ir pronto a las clases de aikido.

    (Tú)— ¿Qué? ¿Por qué la indigna tanto: no era eso lo que quería? Listo: me voy de aquí y usted queda al mando de todo. La interesada por el dinero de su hijo se va —me encojo de hombros.
    Simone— Tienes que cuidar de él: siempre los has hecho.
    (Tú)— Lo siento: yo al fin soy libre… Pero usted —le doy una mirada de desaprobación—, que lástima. Ahora, suélteme.

    Me suelta de mala gana. Gané, gané, ¡gané! Mierda: soy tan maravillosa. Pero extrañaré al flojonazo de Bill Kaulitz. Ni modo. Camino rumbo a la sala de espera en donde está Shannon y Zac; me los encuentro y abrazo a la pelirroja de felicidad.

    (Tú)— Shannon: soy libre. No más desvelos, no más enfermos… ¡Soy libree! —digo emocionada.
    Shannon— Pero, ¿y Bill? —me miró con cierta preocupación.
    (Tú)— ¿Podrías mantenerme un poco al tanto de él? —la miro, mordiendo mi labio inferior— Solo para estar segura...
    Shannon— A ver, apuntaré mi teléfono en el tuyo —sonríe.

    Saqué mi teléfono y quité el aviso de las llamadas perdidas de Santiago y ella rápidamente anotó su número. Así estaríamos platicando a gusto y me informaría cualquier cosilla de Bill.

    (Tú)— Bueno, eso es todo —me encojo de hombros—. Mmm, ¿podrías darle un mensaje a Bill de mi parte, sin que su madre te vea?
    Shannon— Claro —asiente.

    Le digo un mensaje de no más de 140 palabras y me despido de Zac y de ella. Me dirijo al elevador y al estar adentro estaba pensando en lo que haría: ¿de nuevo iba a dejar a Bill ahí… solo? Con esto seguro Bill me odiará definitivamente. Aunque la verdad no me sentí tan culpable: le daría su escarmiento a la señora esa. Cuidado con lo que uno pida porque se le puede cumplir.
Llegué a la planta baja y mi celular sonó nuevamente. Esta vez era Tom. Contesto.

    (Tú)— Habla —digo—… Oh, nada: no pasó nada de importancia, creo… ¿De verdad? Claro… Entonces…, el  sábado que viene yo estaré esperándolos en mi casa —asiento—… ¡Sí! Yo encantada… —río— Eres un imbécil… Vale, el sábado a las 2… Vale, adiós —cuelgo.

    Bueno, ahí una prueba de que el sábado me reuniría con Tom y la famosa Jennifer en un restaurante de comida española. Mmm, comida española: deliciosa paella y torta española. Sonrío y decido irme caminando hasta el restaurante. Quiero desayunar algo rico: son las 10.30 am y me dará tiempo de desayunar. Le doy rapidez a mi caminata; el restaurante no estaba tan lejos del hospital, quizá me haría una media hora caminando.

* * *

Llegué al restaurante y al ver a todos trabajando me trajo muchos recuerdos. Que lindo sería regresar a este lugar. Santiago me mira confuso; yo me siento en una mesa casi al centro, lo saludo y él se acerca como típico mesero. Sonrío aliviada.

    Santiago— Ok, esto es extraño: te llamo 2 veces y no contestas y ahora apareces aquí cuando deberías estar cuidando a Bill. ¿Qué pasa aquí? —me preguntó serio.
    (Tú)— No más Bill Kaulitz ¿ok? Mmm, y quiero unos huevos con jamón y un gran vaso de jugo de naranja —sonrío nuevamente.
    Santiago— Tienes que contármelo todo ¿ah? Por ahí algo pasó: para nada dejarías a Bill ahí solo —frunce el ceño.
    (Tú)— Andando señor Santiago: te daré buena propina —guiño un ojo.

    Santiago y yo miramos casi al mismo tiempo a la puerta de la cocina: ahí estaba el jefe. Mi exjefe. Hizo una señal, claramente diciendo: “cuando termines te veo, (Tú)”.

    Santiago— Ahorita te traigo tu orden —dijo y se fue.




3 comentarios:

  1. ay no ¿lo dejare solito? pobre espero el siguiente un beso

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  2. Te lo juro que me quedé MUDA por dios es tan adjaklsh
    Cuando leí lo de Bill y luego lo de su madre y ¡wow! espero que continúes pronto
    Cuídate mucho bye

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  3. wow en te juro que sentí que fui yo que estaba nerviosa jejeje
    pero en serio me quede en schok wow me encanto
    bueno espero que subas pronto cuidate mucho bye besos

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Gracias por comentar(: