No
puedo creerlo, ¡no puedo creerlo! Estoy extasiada —ok, eso sonó feo—, ¡sí! Casi
grité cuando acepté estar de nuevo en el restaurante. Sí, estoy de nuevo ahí.
¿Puedes notar lo emocionada que estoy? ¡Yaaaay! No sé cómo pasó, pero estoy
dentro de nuevo. Y aunque comenzaré desde cero nuevamente, no importa: no sé
que pasó por mi cabeza cuando decidí renunciar. Momento de locura, claro. Ahora sí aprovecharé esto.
Pero
por lo mientras no podría empezar hoy, lo haría mañana. Vida corriente y normal de antes: ven a mí. Cuando se lo conté a
Santiago no lo creyó: pensó él que el jefe me regañaría por distraerlo o algo
así. Ahora solo faltaría retomar las clases perdidas de aikido: necesito
despejarme de tanta porquería de hoy; ojalá y el maestro me aceptara. A veces
es tan difícil.
Santiago— Bitch: te amo. Mañana estarás acá de nuevo —su sonrisa se ensancha.
(Tú)— Ya lo sé, no me lo recuerdes
¿quieres? —suspiro— Bueno, me tengo que ir a arreglar asuntos con el profesor
Useshiba. Cuídate y... nos vemos luego —digo y beso su mejilla.
Santiago— Oye, pero ya no me contaste por…
Ya no escuché más, me había ido de ahí ya.
Entre menos me preguntara Santiago lo sucedido mejor: así no caería en mí algo
de remordimiento.
*
* *
(Tú)— ¿Para el próximo jueves? —le digo al
maestro en un chillido— ¿Por qué? —fruncí el ceño.
Useshiba— No me discuta, alumna. El jueves
la veo en un combate —sonríe.
(Tú)— Pero si ni siquiera he practicado…
nada —alzo mis cejas.
Useshiba— Recuerda que tú eres la mejor de
todos mis alumnos: podrás dominar la situación. Ya te has enfrentado a chicos
de mayor grado que tú —pone una mano en mi hombro.
(Tú)— Eso es algo personal, ¿verdad? —lo
miro con recelo.
Useshiba—No, solo una pequeña lección —se
encoge de hombros—: para que aprendas a no dejar tanto tiempo el aikido.
Unas leves palmadas en el hombro y luego se
fue. Voy a pelear contra Jessica Miller.
¿Ah? ¿Ven? A veces este señor se pone difícil: tengo que pelear contra
Jessica para así poder volver a mis clases. Suspiro, niego con la cabeza y
salgo de la escuela a trote. No es cómodo traer ropa más ‘fashion’: me siento
como yo. Bueno, al menos ya di el primer paso: el maestro si aceptó que
volviera; y no tuvo que decir que yo era la mejor de todos: hace que me dé mis
aires de grandeza por tiempo indefinido.
Mi celular suena, pero no puedo contestar:
continúo trotando. Si hago pausas mis piernas lo pagarán.
*
* *
Llego
a casa con la camisa a cuadros totalmente sudada y la nariz goteándome de
sudor. Me dejo caer el sofá y saco todo de mi mochila, miro la hora en el reloj
y son la 1.22 pm. Hoy es miércoles y solo tengo unos dos días y contando para
entrenar duro todo lo que he aprendido: Jessica es dos grados mayor que yo y
cualquier movimiento en falso me costará caro; más aparte de que ella me odia
por ser la ‘preferida’ del maestro… Esto no tendrá un lindo final.
Me levanto y voy a mi habitación para tomar
ropa y darme un buen baño, comeré y luego a entrenar. Puse algo de música y
luego me fui al baño; antes de que sonara cualquier canción mi celular sonó,
cosa que ignoré, ya estaba en el baño… sin ropa. Me bañé y medité un poco lo de
hoy: Bill despierta (¡genial!), pasamos un buen rato (y yo sonrojándome por lo
que me decía ese tipo), llega su mamá (¡nooo!) y se arma el pleito, salgo como
perdedora y ahora vuelvo a mi vida. Me sorprende que no le haya pedido a Bill
aunque no me la mereciera: mínimo me hubiera dicho algo antes de que me fuera,
no que se quedó así… en silencio.
Termino
de bañarme y salgo del baño, me peino y hago demás cosas. 1.56 pm. Saco mis
bastones y navajas de un lugar especial y las pongo en la cama; esto del
entrenamiento me lo estoy tomando muy en serio. Si llega a venir Santiago y me
ve así se va a confundir más de lo que ya está.
Con todas mis cosas en una bolsa especial
me siento en el sofá, tomo el celular —que por fin se había callado— y lo
enciendo: 4 llamadas perdidas. Seguramente era un número equivocado: suele
pasar que con un número que cambies la llamada sale a otro teléfono. El número
no lo conozco. Dejo el teléfono y voy a prepararme algo de comida para llevar:
no estaré en casa en casi toda la tarde. Termino y le mando un mensaje a
Santiago:
“Estaré en el parque que está cerca de mi casa por si
necesitas algo.
PD: lo de ir a visitar a Bill sigue en pie cierto?”
Envío el
mensaje Y antes de que deje el celular suena: otra vez el número desconocido. Ya
estoy lista, y el celular sigue sonando; salgo de casa y camino hacia el
parque. Suspiro y decido contestar.
(Tú)—
¿Hola? —digo algo exasperada.
X— Con
que ¿ya no te haces responsable de mí? —preguntó serio.
(Tú)— Oh,
¡demonios! —exclamo. Esto no podía ser cierto— Mira, si lo que quieres es
molestare, hazlo: no lo lograrás —bufo.
X— ¿Esto
es una clase de venganza, (Tú)? Créeme: ya lo estoy pagando caro —bufó.
(Tú)— No,
esto no es una venganza, Bill: estoy comportándome como una persona racional.
Ya que está ahí tu madre ella se hará cargo de cuidarte, desvelarse por ti y
estar al tanto tuyo: es hora de intercambiar papeles —digo.
Bill—
¡Eso es una venganza! (Tú): yo te creí más a ti —dijo.
Eso me
tomó por sorpresa, pero aún no dejaba de estar indignada: dice que me creyó a
mí, pero no me impidió el haberme ido.
Bill— No
te dije nada porque quería ver tu reacción: quería que dijeras algo, pero nada…
Por un momento pensé que lo que me
habías dicho tú era falso.
(Tú)— Oh,
fíjate que coincidencia: tú no dices nada para ver mi reacción y yo no digo
nada para que tú me digas algo: obviamente no se iba a poder. Bueno ya, ¿qué
quieres? Tengo algo que hacer urgentemente —dije ya exasperada.
Bill— ¿Es
en serio? —suelta una risa irónica— (Tú): me desesperas mucho y me enfermas.
(Tú)—
¿Ah, sí? Pues al…
Aprieto
los ojos y no digo nada. Soy buenísima para herir a las personas con unas
cuantas palabras. Serenidad y paciencia…
(Tú)—
¿Qué quieres? En serio, estoy algo ocupada —sigo caminando. Ya casi llego al
parque.
Bill—
Uno: que vengas de vuelta conmigo; dos: no soporto a mi mamá y ni siquiera está
aquí. Se ha ido. Tres: te necesito conmigo, ¿es tan difícil entenderlo? —dice
también exasperado.
“Te necesito conmigo, ¿es tan difícil
entenderlo?”, esas palabras me tomaron más por sorpresa. ¿Tú que pensarías
al escuchar esto? Cof, cof, LE GUSTO,
cof, cof, MALDICIÓN. Camino más rápido sin decir nada, llego al parque y
dejo mis cosas en el primer árbol que encuentro, comienzo a golpear a este
último y con mis manos.
(Tú)—
¡Por Dios! Bill, ay, no digas esas cosas porque me confundes —digo
intranquila—. Uno: hice todo esto para que tu madre tomara un poco más de
conciencia. Quiero que tenga más responsabilidad sobre ti; dos: he renunciado a
ti, aunque suene extraño, y ahora ya no se puede hacer nada pero no te
preocupes: Santiago te va a visitar para charlar largamente; tres: yo también
he gastado tiempo en cuidar, no crees que ya necesito volver a mi vida normal.
¿Es tan difícil entenderlo? —suspiro.
Bill—
¿Qué? ¿Santiago vendrá? —exclamó— Necesito una explicación sobre eso —ordenó.
(Tú)—
Sería una sorpresa: y eso sigue en pie ¿ah? Tal vez después de eso yo me
hubiera colado a la conversación y todos estaríamos felices y contentos.
Lamento decirte esto, pero de no haber sido por tu mamá… yo no estaría aquí, de
vuelta a mi vida —me encojo de hombros.
Bill— ¿Me
estás diciendo que yo era una carga para ti? —preguntó.
(Tú)—
¡Ay! ¡Me desesperas, Bill! Siempre piensas lo peor —frunzo el ceño y vuelvo a
golpear el árbol repetidas veces con mi puño derecho—: tú no eras una carga
para mí, pero… NECESITO TIEMPO PARA MÍ.
Bill— Ya,
no hables más: me has decepcionado —dice.
(Tú)—
¿Por qué? Solo estoy diciendo la verdad. ¡Oh, joder: mátame Dios! —exclamo y me
pego en la frente con la mano— Bill…
Bill—
Cállate: eres una pena.
(Tú)—
Escúchame con un carajo —suspiro. Debo mantener la calma—: esté o no esté allá
en el hospital siempre voy a preguntar por ti. No creas que por el hecho de que
esté acá afuera significa que me voy a olvidar de ti: todavía me preocupas…
Solo… mira, ya nada. Tú mamá la cajeteó y feo ¿ok? Adiós: cuídate mucho.
Bill— No,
no, no: ¡no puedes dejarme colgado! Yo no quiero a mi mamá conmigo: te quiero a
ti. Mi mamá es aburrida y tú no: siempre tienes algo para contarme; ella habla
de trabajo y se la pasa en el teléfono y tú me sacas risotadas con cualquier
cosa que hagas. (Tú) —susurró.
(Tú)— No
me hagas volver allá: hoy ha sido un día perfecto para mí y no debo arruinarlo
—digo—. Estaré al tanto de ti ¿ok? Adiós.
Un “¡no, (Tú)…!” fue lo último que escuché.
Colgué y casi estrellé mi celular en el árbol, dejándome caer al suelo. Bill es
tan… ¡agh! Tonto, tonto, ¡tonto!
Arranco algo de pasto y respiro profundamente: debo estar tranquila para
entrenar. No podré pelear si estoy así. Me levanto rápidamente, saco un bastón
de bambú y lo miro: esto será sencillo. Lo giro con mi mano y golpeo suavemente
el árbol.
Serenidad y paciencia, (Tú).
* * *
•Narrador omnisciente:
No sé cómo pude aceptar esto: debí haberle dicho que no. Estaré como
idiota ahí con él: ¿qué le voy a decir? Oh, maldita (Tú): tú y tus formas de
hacer las paces, pensó Santiago en su cabeza. A decir la verdad él
no estaba cómodo con esto: tener que enfrentar a Bill después de tremendo show
que pasó contigo aquella vez no era muy agradable. Aceptó ir a visitarlo solo
porque tú se lo habías pedido y si te decía un no seguramente le rogarías todo el rato hasta que dijera sí.
Salió del
elevador y notó a Shannon, que ya había visto una vez, le hizo un gesto con la
cabeza y la otra se le acercó. Al parecer ella ya sabía que él vendría a ver a
Bill.
Shannon—
Su mamá se fue desde hace rato, chico: tardará en volver otro rato —dice
seria—. Me cae mal: ¿a ti no? Como es posible que deje a su hijo: ahorita (Tú)
estaría aquí, pero no —se cruza de brazos.
Santiago
no entendió nada de eso. Ni siquiera sabía que la mamá del tipo que le caía mal
estaba aquí. ¡Y ni siquiera fue capaz de
contarme la razón del por qué no está cuidado de Bill! ¡Oh, (Tú)!, se dijo
Santiago. Solo asintió y decidió averiguar otro poco más: necesitaba saber algo
de importancia. No por cualquier estupidez habrías dejado a chico rubio allá
abandonado en una cama de hospital.
Santiago—
¿Ambas tuvieron una pelea? —preguntó intrigado.
Shannon—
Sí: al parecer volvió a meterse sin permiso a la habitación, pero bueno… eso ya
que te lo cuente (Tú). Entra, rápido antes de que llegue la señora —dice.
Santiago—
Gracias —dice y se va.
Ojalá esté dormido, ojalá esté dormido.
No quería ver a Bill por dos razones: uno: odiaba ver a hombres enfermos —o
golpeados—; y dos: él sería quién pondría fin a la vida de Bill. A veces,
Santiago suele ser rencoroso.
Entró a
la habitación y se encontró a un Bill… frío. Todas las ‘cortadas’ que tenía aún
se veían como la primera vez; los moretones ahora habían tomado un color azul
—que se veían terriblemente mal, sobretodo porque que Bill era de piel blanca—,
la cara aún no se le veía del todo: apenas sus ojos con grandes ojeras y un
moretón apenas visible en el ojo izquierdo, y su boca sin color… parece que
estaba muerto. Santiago al verlo casi se marea: aún no se acostumbraba a verlo
así. Peor aún, sentía más feo al verlo dormido en días anteriores: ahora Bill
estaba consciente de todo.
Bill
miraba a la gran ventana que daba vista a la gran Nueva York salpicada de luces
y luces por todos lados. Al sentir la presencia de Santiago giró algo brusco su
cara; ambos se miraron.
Santiago—
Kaulitz —dijo con frialdad.
Bill—
Santiago: al fin puedo verte la cara —dijo algo irónico.
Santiago—
Mmm, ¿puedo… sentarme? —señaló el sofá.
Bill—
Claro —asintió.
Con algo
de lentitud se sentó en el sofá y recargó sus codos en sus piernas,
entrelazando sus dedos. No sabía que decir: era la situación más incómoda en la
que estaba. Su celular sonó. Era un mensaje tuyo.
“Suerte :*”
Frunció el
ceño y rápido te contestó.
“Suerte es la q vas a necesitar tu: no me has contado
nada. Ests en gravs problemas mocosa”.
Envió el
mensaje y luego guardó su celular. Era hora de hablar o callar, aunque él
hubiera preferido mejor largarse de ahí.
Santiago—
¿Cómo vas? —preguntó.
Bill—
Normal —dice sin interés—. ¿En dónde está, (Tú)? —espetó.
Santiago—
¿Para qué quieres saberlo? —lo mira.
Bill—
Ella me abandonó —suspira.
Ok, aquí pasa algo. ¿Por qué soy el último
en enterarme de algo?, pensó Santiago.
Santiago—
Bueno, sí hay algo que puedo confirmarte es que ella jamás te dejaría —mira la
habitación— aquí, solo: por Dios, ella te ama —dijo.
Los ojos
se abrieron a la par: esas tres palabras habían dejado sorprendido a Bill.
¿(Tú) amabas a Bill?
Bill—
Debes estar mintiendo: ella estaría aquí entonces y no tú.
Santiago—
Excelente punto, pero cómo no sé qué carajos ha pasado… ella ahora está
entrenando muy duro para un combate y yo tengo que estar aquí… contigo…
hablando —frunce el ceño.
Bill—
¿Combate, de qué? ¿Aikido? —preguntó.
Santiago—
Así es: no eres el único ignorado, yo también he estado intentado hablar
seriamente con (Tú) pero ahora no puedo hablarle. Cualquier distracción podría
costarle caro.
Bill— Así
que ¿en serio volverá a su vida “normal”? —lo miró.
Santiago—
Algo así: ha regresado a sus clases de aikido a cambio del dichoso combate y ha
regresado al restaurante a trabajar. Claro, no se olvida de ti: tal vez al
terminar su entrenamiento ella me preguntará como me fue al verte —se
estremece.
Bill—
¿Renunció a su trabajo? —dijo más sorprendido.
Santiago—
Solo fueron unas semanas. ¿No lo sabías? —suspira y se da un leve golpe en la
frente con su mano— Creo que (Tú) se ha pasado todo el tiempo en querer saber
de ti, cuidarte y procurarte que ni se ha tomado la molestia de contarte algo
suyo. Bill: creo que ella sabe más de tu vida que tú la de ella —niega con la
cabeza.
Bill—
Ella… solo me pregunta cosas y ¿qué hago? Tengo que responderle; según ella
odia el silencio. ¡Y es agresiva a veces! No controla sus impulsos. Siempre
habla, siempre derrocha felicidad: es rara —dijo.
Santiago—
Es su táctica para que nunca, nunca en tu vida le preguntes algo sobre su vida:
se preocupa más por los de su alrededor que por ella misma. ¿Alguna vez te
preguntó tus cualidades y defectos? Joder: con algún defecto que tengas y se lo
digas ya valiste. Siempre va a tratar de deducir el por qué y ayudarte en ello
—suspira—. (Tú) es agobiante a veces. Necesitas conocerla más: a mí me costó 1
maldito año conocerla casi del todo.
Bill—
Entonces, ¿en serio sí sabes lo que… estúpidamente le hice? —preguntó.
Santiago—
Tiene toda su confianza en mí: cualquier cosa mala que le pase me lo dice de inmediato.
¿Entiendes por qué me es incómodo venir a hablar contigo? —dice— (Tú) está
haciendo lo posible para olvidarlo, pero… es todo un enredo: la traumas, ok,
luego se entera de tu accidente y olvida lo que le hiciste. ¿Ves? Ella te ama:
se preocupa por ti.
Bill— ¿Es
en serio que estuvo aquí desde que se enteró?
Santiago—
Obviamente: no dormía con tal de saber de ti —alza sus cejas—: algo le causas.
Bill ya
no dijo nada: necesitaba analizar todo lo que Santiago le había dicho. Entonces, quiere decir que no he conocido
nada a (Tú). Tal como si estuviera con una desconocida, a excepción de cuando
me contó lo de su pérdida… pensó Bill. Y era verdad: ¿conocía tu nombre?
Sí: (Tú nombre completo). ¿Edad? Ni idea. ¿Hobbies? El aikido, la música y los
libros. ¿Momento importante? La pérdida de tus familiares. ¿País de origen?
Desconocido. ¿Estudios? Nada. Prácticamente no conocía nada de ti.
Bill—
¿Crees que la haga volver acá? —mira hacia el techo.
Santiago—
Ella es muy dedicada al aikido y a su trabajo, pero claro que siempre
preguntaría por ti.
Bill— Es
que… no sé. Admiro su preocupación, y entiendo que necesita su espacio… pero a
la vez la quiero aquí. ¿Si sabes a lo que me refiero no?
Santiago—
Bien, tú también eres una paradoja… yo creo que ambos se co… —abre sus ojos
como platos— Ay, no puede ser…
Ay, no jodas, no jodas, no jodas, ¡no jodas!
Que no sea lo que estoy pensando: él no puede… Santiago ya no pensó más.
Estaba sorprendido. El viudo, joven y “atractivo” empresario llamado Bill
Kaulitz… ¿enamorado? ¿De nuevo?
El rubio
no dijo nada. Bien dicen que “el que calla otorga”.
Santiago—
¿Es en serio, o estoy imaginando cosas? ¿Tú? ¿A ti te gusta (Tú)? ¿Mi
hermanita? —casi exclamó sorprendido.
Bill—
¿Eh? ¡No! No inventes cosas absurdas —dijo. Luego reaccionó—. ¿Qué? ¿Tú eres
hermano de ella?
Santiago—
No te hagas idiota, Bill: te gusta la loca de (Tú)… ¿Cómo? ¿Cómo y cuándo te
fijaste de ello? —dijo y luego sonrío: esto sería emocionante para ti.
Bill—
¡Fue algo inesperado, ya! ¿Contento? —bufó.
Santiago—
¡Lo has admitido! —suelta una risotada— Esto le encantará a (Tú) —dijo
divertido.
Bill—
¿Estás loco? —trata de acomodarse en las almohadas que están detrás de él— Ni
siquiera se te ocurra decírselo. Hablo en serio, Santiago: no le digas nada. Es
vergonzoso —murmuró.
Santiago—
Ok, ok —alza sus manos a la altura de sus hombros—: no le diré nada a (Tú). Lo
juro —asintió.
Bill—
Espero y estés hablando en serio —lo mira con sus ojos entrecerrados.
Santiago—
Dalo por hecho —sonríe.
Ahora ya
todo estaba aclarado. Bill gustaba de ti aunque ni él mismo supiera las
razones. ¿Cuál habría sido? ¿Tú forma de ser? Nadie lo sabía. El problema aquí
sería: ¿él te lo contaría? Y tú, ¿qué harías? Santiago dijo algo comprometedor:
tú amas a Bill. Él no podía desperdiciar su oportunidad. Al parecer el sol
estaba brillando nuevamente para él.
Bill—
Cambiando de tema, ¿tú eres hermano de (Tú)? —preguntó intrigado.
Santiago—
No de sangre, pero la considero así: mi hermana. La he apoyado siempre en todo:
ella conoce todo sobre mí y yo todo sobre ella —se encoje de hombros.
Bill— ¿Crees
que yo pueda conocerla así como tú?
Santiago—
Por supuesto: ella tiene muchos amigos y conocidos, pero pocos obtienen su
confianza. Creo que por ti haría algo imposible —suelta una risita.
Bill— Y
entonces, ¿tú y yo…?
Santiago—
¿’Tú y yo’ qué? ¿Sin problema después de… eso?
—niega con la cabeza— Tal vez y olvidemos nuestras diferencias ahora que amas a
mi hermanita —lo mira socarrón.
Bill—
¡Ey! ¡No sigas con eso! —dijo algo exasperado.
Santiago—
Ok, vale. Me callo… Mmm, ¡te gusta (Tú)! —exclamó divertido.
Bill— Si
serás hijo de… —suspira.
Santiago—
Venga, hombre: no te comportes como un viejo de 50 años. Ríete, joder. Tienes
¿qué será? ¿22, 23 años? Que amargado estás —bufa.
Bill—
Olvídalo: tú también eres igualito a (Tú) —niega lentamente con la cabeza.
Santiago: El entusiasmo de esa mujer es pegajoso, pero
independientemente de eso... ¡ríete! Y que te conste que no le diré nada a mi
hermana.
Bill— De
acuerdo. Eres el primero que sabe esto ¿ah?
Santiago
lo miró, se sentó en el borde de la cama y sonrío. Golpeó suavemente la pierda
de Bill y dijo:
Santiago—
No te preocupes: tú podrías ser el afortunado chico para ella. Y, ya no te
guardo rencor, ¿eh? Me has caído bien —dice.
Bill—
Gracias.
•CAPÍTULO 18
Suspiré. Bueno, al menos no iba tan mal después de todo: va
mejorando. Sí, exacto: estábamos hablando el doctor y yo sobre el paciente
Kaulitz. Ya tenía días en que había ido de rápido: una semana más y ya le
habrían quitado esas espantosas vendas, y otra semana más para tal vez salir ya
dado de alta de aquel lugar. Necesitaba estar aún en observación por si se
presentaba alguna anomalía en su rostro y en otra parte del cuerpo.
Doctor — ¿Y por qué
no ha venido? Él siempre me pregunta si viene cuando voy a revisarlo —me
preguntó el doctor, mientras caminábamos por un largo pasillo.
(Tú)— Pues… he regresado ya al trabajo ¡ah! Y voy en una
escuela de aikido —asiento.
Doctor— ¿Aikido?
Vaya: me sorprende. Entonces es una persona muy ocupada —concluyó.
(Tú)— Sí, se
podría decir —suelto una risita.
Doctor— Oiga,
perdón por preguntarle esto pero ¿usted es algo del señor Kaulitz? —me miró
intrigado.
Reí levemente y luego negué con la
cabeza. ¿Ahora todo mundo debía preguntarme si me gustaba Bill o qué? Ya lo he
dicho miles de veces: no me gusta… ni me gustará. Nunca. ¿Hasta cuándo tendría
que decirlo? Ya me estaba cansando esto…
… ¿o tal vez él y yo habíamos estado malinterpretando todo?
Seguro por eso todos piensan mal y… ay, no.
Seguimos caminando hasta que me encontré a
Bill saliendo de su habitación, apoyándose de un tubo que cargaba el suero.
Obviamente no me vio. Tuve que ser rápida para que no me viera.
(Tú)— ¿Qué? ¡No! —susurré— No lo llame: debo irme ya… es algo tarde y
debo estar con alguien. No le diga que estuve aquí, por favor: hablo en serio
—susurré nerviosa.
Doctor— Pero él
seguirá preguntando por usted: algún día tendrá que verlo frente a frente —dijo
él.
(Tú)— ¡Lo siento!
Mmm, ¡adiós! —dije y luego me fui.
Y salí como
despavorida de ahí. Aún lo recuerdo: estaba de las manos. Ese día había sido mi
descanso: ahora puedo tener la libertad de elegir qué día descansar para
evitarme problemas de si surgía algún problema de cualquier tipo. Ese día era
29, el día en que cumplía años mi hermano… pero bueno, no me puse triste ni
nada: solo recordé cosas buenas de él y punto. Pasé un rato al restaurante y
luego llamé a mi abuela en lo que me encaminaba hacia mi casa. Ya tenía todo
hecho: fui a mis clases de aikido, pasé rápidamente al hospital, luego al
restaurante y finalmente a mi casa, que por cierto me esperaba una escoba y
varios artículos de limpieza: mi casa estaba del asco.
Cuando terminé de
limpiar lo que pude me puse a pensar… el doctor tenía razón: algún día tendría
que enfrentarme a Bill. Pero ¿por qué me daba tanto miedo verlo? ¿Seguía con
los nervios de saber si le gustaba o no? No
quiero gustarle a un tío con problemas de su cabecita.
¡Ah! Por cierto,
¿recuerdas la dichosa ‘cita’ que tuve con Tom y la susodicha Jennifer? Wow,
estoy impresionada: la chica es toda una… preciosidad —hablo en serio, es muy
guapa. Y me escuché muy cursi—: cabello hasta los hombros, castaño, ondulado y
teñido de color violeta en casi la mitad de su cabello; tez blanca, nariz
perfecta, ojos medianos y verdes grisáceos, labios carmesí y delgados. No,
bueno. Me agradó mucho: me extraña mucho que Tom haya ya recapacitado y ahora
esté en una relación formal y seria, sabiendo cómo era antes. Fuimos a un
restaurante de comida española súper elegante, platicamos un poco y ahí
Jennifer me contó como conoció a Tom y todas esas cursilerías, me platicó
también de sus clases de capoeria, que tanto lleva y cosas así. Luego fuimos a
dar una vuelta por Nueva York, Tom me preguntó si no sabía algo de Bill y yo
pues… le mentí: le dije que no, pues estaba teniendo problemas y así. Ese
momento fue muy extraño para mí.
Jennifer— ¿Cuándo podremos pelear,
(Tú)? —me preguntó Jennifer sonriente.
(Tú)— Cuando
quieras, Jenni: y de paso podremos darle una lección a Tom —lo miro divertida.
Tom— ¿Qué? Ah, no:
para nada. Jennifer ya lo hizo una vez: casi me mata —dijo asustado.
Jennifer— Que nena
eres, mi amor: pero ni cuando andabas de loco con tu pandilla. A todo mundo
golpeaba —dijo Jennifer soltando una risita.
Tom— Bueno… los
tiempos han cambiado. Ahora soy pacífico —sonrió el otro.
(Tú)— Por favor,
no me haga reír que tengo el labio partido —río.
Tom— (Tú), no me
ayudes por favor —bufó Tom.
Ese día estuvo muy
divertido: Jennifer me enseñó varios trucos de capoeira y yo le enseñé algunos
de aikido. Tom veía el show que habíamos armado las dos: dijo que quería que le
enseñáramos para defenderse de los malos. Jajajaja
que tonto es Tom. Creo que llegué a las 8.30 pm a mi casa después de
tanto relajo. Son muy buenos esos tipos.
Santiago— ¿Y en
serio hicieron eso? Me sorprenden —dijo él.
(Tú)— Bueno, algo
así: la clase estuvo muy divertida ayer. El maestro se sorprendió: lo hicimos
bien —asentí.
Santiago— Que
bien… Y, bueno, cambiando de tema, ¿cuándo verás a Bill nuevamente? Han pasado
ya casi 5 días completos desde el otro día —dijo.
(Tú)— Tal vez hoy
saliendo del trabajo, solo a preguntarle al doctor como ha estado. ¿Tú irás a
verlo? —lo miré.
Santiago— Pues… sí, creo. No, oye, es en
serio: su mamá no va luego a verlo. ¿Por qué no lo cuidas tú?
(Tú)— Ahí vas
nuevamente con eso: ya te dije por qué no voy —suspiro.
X— (Tú), ven a
ayudarme con esto —me dijo uno de los tantos cocineros.
(Tú)— ¡Voy!
—exclamé.
Santiago— Bill te
necesita —me dijo.
(Tú)— No te
escucho —dije mientras me alejaba.
Santiago— Bill te
necesita porque le gustas —susurró.
3 de abril. Ya ha
pasado bastante tiempo en que no veo a Bill pero sí sé de su estado: el doctor
a veces solía darme un reporte con todo lo que tomaba él cada día y sus
reacciones, cosas de ese tipo. Prefería hacerlo de este modo que ir a
preguntarle como estaba. Ahorita, la última vez que fui fue el 29 de marzo…,
desde entonces no he ido por falta de tiempo —no porque no quiera ir—, pero
pronto, pronto iré. Tal vez este fin de semana le quitaban las vendas a Bill… o
dependiendo de sus reacciones, no sé.
Estaba tomando la
idea de ir el sábado o domingo al hospital. Todo dependía de mi cabeza y mi
tiempo.
* * *
•Narrador omnisciente:
Entró Santiago a la habitación de Bill, que por suerte él ya
lo esperaba ansioso por algo de información tuya. Si no podía saber algo de ti
proviniendo de tu boca, Santiago lo haría por ti. ¿Cuál era el estado de Bill
ahora? Sus cortadas, raspones y moretones ya estaban sanando; los cortes aún
los tenía, pero eso ya era cuestión de tiempo. Ya podía Bill incorporarse y
caminar un rato por todo el hospital: ya estaba a punto de recuperarse por completo.
Lo único que le hacía falta… eras tú.
Santiago— Amigo
amargado, ¿qué tal? —sonrío él e hicieron el típico saludo de chicos.
Bill— No lo
arruines, Santiago: vamos bien —bufó él.
Santiago— ¿Qué me
cuentas? ¿Cómo vas? —le preguntó curioso.
Bill— Pues… bien —asintió—, pero no soporto
estas jodidas vendas: me están matando —dijo exasperado.
Santiago—
Cuestión de tiempo, muchacho. ¿Te ha dicho algo el doctor? —inquirió.
Bill— Tal vez el
lunes me deshaga de esto para ver como quedé —suspiró.
Santiago— Y…
¿sientes nervios o miedo?
Bill— Perdóname,
Santiago: pero Bill Kaulitz no le teme a nada —dijo orgulloso.
Santiago lo miró
serio durante un momento. Era obvio que Bill estaba mintiendo.
Santiago— Estamos
en confianza, Kaulitz —dice—: te mueres por saber cómo quedó tu cara.
Bill— ¿Se nota
mucho? —dijo preocupado— La verdad es que después de una reconstrucción nada
queda igual.
Santiago— Tienes
razón.
Bill— ¿Qué te ha
dicho (Tú)? ¿Sigue en esa posición fuerte de “no iré a ver a Bill”? —preguntó.
Santiago— Sí, y
creo que así seguirá. En serio: he hecho todo lo posible para poder sonsacarla,
pero no puedo: es un hueso difícil de roer mi hermana.
Bill— Me lo
imagino. Creo que a este paso me quedaré solo: ya nadie me hace caso.
Santiago— ¿Y qué
yo no cuento o qué? —rió.
Bill— Bueno, a
excepción tuya, pero… mi mamá apenas y me visita un día a la semana y eso una
hora: solo me ve y se va —casi exclamó indignado.
Santiago— Tú mamá
tiene la culpa, seamos sinceros: vino a arruinar todo entre (Tú) y tú —se
encoje de hombros.
Bill— Puede que tengas razón, pero… en ese
momento sí me confundí: ¿a quién le creía? A mi mamá o a (Tú).
Santiago—
Apréndete esto: cuando se trata de algo serio (Tú) te dirá el 97% de la verdad
de lo que haya pasado ya sea problema de cualquier tipo, dato histórico, lo que
sea. Ella ha estado acostumbrada a decir la verdad. Cuando está en situación de
supervivencia suele decir verdades a medias —dijo—. Te lo repito: te falta
conocer por mucho a tu amor.
Bill— ¿Suele
aplicar ironía o sarcasmo cuando dice la verdad? ¿O utiliza frases equis? —lo
miró.
Santiago— Mmm, sí,
según sea el caso: depende mucho.
Bill— Joder: (Tú)
es todo un misterio.
Santiago— Yo lo
llamaría “caja de sorpresas” —sonrió.
Una linda caja de
sorpresas, pensó Bill.
* * *
Sábado 6 de abril, 10.30 am. Elegiste ese día como tu
descanso; ya estabas preparada. Ibas vestida con unos pantalones de tubo
azules, zapatos bajos de charol rojos, blusa de tirantes azul y sobre puesta
una camisa a cuadros rojos con las mangas arremangadas hasta los codos; traías
una trenza de lado un poco mal hecha y llevabas contigo tu mochila: algo básico
en ti. ¿Maquillaje? No, eso era algo poco raro en ti. Nunca te maquillabas.
No querías pagar más dinero en taxis, así que te subiste a
tu bicicleta —y que por cierto, te dolió mucho tomar esa decisión—. Incómoda
llegaste hasta el hospital. Sí, al hospital. Desde que Santiago te dijo que
Bill y él llegaron a tomar una amistad a partir de la visita que le hizo cuando
tú se lo pediste empezaste a deducir muchas cosas: bien Santiago podría estar
diciéndole al otro todo lo que hacías. Bien Bill podría estar consciente de que
tú ibas al hospital mínimo para preguntarle al doctor sus avances pero no lo
veías a él; dedujiste que Santiago era algo así como un espía disfrazado para
Bill. Eso no te molestó ni te indigno, pero merecías mínimo una explicación.
Santiago también te estaba mintiendo.
Esta vez tuviste
que mentir a medias, tal como lo había dicho Santiago: era un caso de situación
de supervivencia. Le dijiste que posiblemente irías el lunes solo para
preguntar el estado de Bill, Santiago iría a verlo más tarde a este último y le
diría a Bill: ambos no sabían de que irías hoy. Santiago estaría en el
restaurante trabajando, ya que había descansado el día anterior, así que no
habría problemas con eso. Dejaste tu bicicleta estacionada en un lugar
exclusivo para ese tipo de vehículo y entraste. ¿Seguiría Shannon aquí?, pensaste. Por alguna razón la extrañabas.
Entraste al
elevador y viste como subías los pisos. 1, 2, 3, 4, 5, 6. Piso 6: ese era el
indicado. Saliste y ahí estaba Shannon, que al verte quedó pasmada. En los días
que ibas a pasar por el ‘reporte’ nunca la habías visto: no coincidían. Ahora
ambas estaban emocionadas.
Ambas se encontraron y se abrazaron.
Shannon— ¡No sabes
como he sufrido sin ti! —exclamó.
(Tú)— Lo sé: soy
importante para todos —sonreí.
Shannon— Ay,
Jessie —dijo emocionada—. ¿Vienes a saber el estado de Bill? —preguntó.
(Tú)— Nop. Vengo a
verlo frente a frente —dije tranquila.
Ella se
sorprendió. ¿A qué se debía ese cambio tan radical? Ni tú mismo lo entendías. Debo ser fuerte y no una cobarde.
Shannon— Es…
¿Estás hablándome en serio? ¿No juegas? —susurró pasmada.
(Tú)— No juego:
hablo en serio. Debo arreglar un asunto pendiente que tenemos desde hace tiempo
—murmuré.
Shannon— ¿Al fin
has aceptado que te gusta y mueres por él? —sonrió emocionada.
(Tú)— Oye,
tranquila mujer: tampoco te pases. No, no: es de otro asunto —niego con la
cabeza.
Shannon— ¡Pues
ándate a la habitación! La madre de Bill no ha estado en todos estos días y él
ha ido a dar una vuelta: puedes tomarlo por sorpresa —dijo con aire socarrón.
(Tú)— Gracias por
el dato: me estoy muriendo de los nervios y no sé por qué —comenté.
Shannon— ¿Tú crees
que yo no? No me has dicho de que hablarán y mira como estoy. ¡Ya, ándate! —me
dijo.
Caminaste dos o
tres pasos y luego te detuviste: debías decirle algo a Shannon. La miraste y
dijiste.
(Tú)— Por cierto:
mi nombre es (Tu nombre completo) y no Jessie —sonrío.
Shannon— ¿Ah?
¿Cómo? ¿Entonces…? —susurró.
(Tú)— Instinto de
supervivencia —me encojo de hombros.
Shannon— ¡Oye…!
¡Tú…! —exclamó indignada, sorprendida.
(Tú)— Lo siento
—me encojo de hombros.
•Narra (Tú):
Odiaba mentir —o más bien decir verdades a medias—, pero no
a cualquiera podría decirle mi nombre; ahora que Shannon me ha caído bien se
merecía saber mi nombre real como mínimo. Ella no dijo nada yo caminé hacia la
habitación. 384. Antes de entrar miré a ambos lados y entré, no había nadie. La
habitación seguía siendo exactamente la misma: paredes blancas, cama blanca,
mismas sábanas blancas, los mismos aparatos a excepción del suero: no estaba.
Shannon me había dicho la verdad. Miré todo con detenimiento y luego me senté
en el sofá que había sido mi compañero en varios días de desvelo. ¿Qué rayos voy a hacer cuando me lo tope?
Aún estaba en tiempo de salir corriendo de aquí.
Miré la puerta.
Con ‘Drain You’ de Nirvana sonando en
mi celular trataba mínimo de guardar la calma. Me troné cada uno de mis dedos
de diferente manera y suspiré. No tenía de idea de a qué hora había salido Bill
a caminar. No podré esperarlo toda la
vida aquí… Me recuesto un momento en el sofá y cierro los ojos: los nervios
estaban ganándome demasiado. Si Bill no llegaba en los próximos 5 o diez
minutos yo me iba, en serio.
Volví a sentarme y
se abrió la puerta. ¡Mierda, mierda, mierda!
¡Corre, (Tú): escóndete! Garraspé mi
garganta y esperé a que entrara Bill: estaba algo exasperado con su suero, no
lograba controlarlo aún; jaló el tubo y por fin entró. Estaba tan perdido en
sus pensamientos que no me veía aún. Perfecto,
estoy atrapada. Lo primero que hizo fue mirar hacia donde estaba y ¡oh,
sorpresa! Ahí estoy yo. Soltó el tubo del suelo y me miró pasmado. Yo también
lo estaba.
Ya estaba…
completamente curado, le habían quitado parte de las vendas, sus cortes estaban
desapareciendo, sus raspones y moretones dejaron de existir. Oh, cielos: me he
estado perdiendo de mucho.
(Tú)— Kaulitz.
Bill— (Tú)
—alcanzó a decir.
Lentamente me
acerqué a él y lo abracé tímidamente, él lo correspondió y claramente pude
sentir como aspiraba el olor de mi cabello. Él era mucho más alto que yo,
apenas y lograba medir los 1.71 m; que delgado estaba ya. Jamás había abrazado a Bill Kaulitz: es extraño… e incómodo. Lo
solté y luego lo ayudé a acostarse en su cama. Ya estando acostado nadie dijo
nada y yo me senté en el borde de la cama.
Bill— Nunca
viniste, (Tú). Me dejaste olvidado —dijo aún sorprendido.
(Tú)— ¿Quieres
arruinar la visita? ¿Sabes cuánto me costó haber tomado la decisión de venir a
verte? ¿Sabes el dolor que tengo en el trasero por haberme venido en mi
bicicleta para no pagar en taxi? —dije indignada.
Me miró y con una
sonrisa divertida soltó una risita.
Bill— Te extrañé
—murmuró.
Asiento y me quito
el audífono derecho: con todo esto había dejado de ponerle atención a lo que
estaba escuchando.
(Tú)— ¿Y tú mamá?
—pregunté.
Bill— ¿Me estás
tomando el pelo? Obviamente no está aquí, nunca ha estado aquí —bufo y miró a
otro lado.
(Tú)— Perdón,
pensé que viéndote así… todo desfallecido asentaría cabeza, pero no —fruncí el
ceño.
Bill— Bueno, solo
estamos tú y yo aquí… Nadie más.
No digo nada y
guardo mi celular y audífonos en mi mochila. Bill tomó mi mano sorpresivamente
lo miré confusa.
Bill— Me has
tomado por sorpresa ¿sabes? No pensé que vendrías… a verme, claro: siempre que
preguntaba por ti me contestaban que no había rastro de ti por este hospital
—dijo con una sonrisa.
(Tú)— ¿Me estás
hablando en serio o hablas al tanteo? —lo miré seria.
Bill— ¿Por qué lo
dices? —frunció el ceño.
(Tú)— Yo no le
dije nada a Santiago sobre lo de tu mamá, tú y yo hasta hace una semana; y yo
me entero de que él me oculta cosas y tú también. ¿Qué sabes? Dime, no me voy a
enojar —dije tranquila.
Bill— No te
entiendo —murmuró confundido.
(Tú)— Vamos,
dímelo: no me enojo. ¿O quieres que lo diga por ti?
No dijo nada.
(Tú)— Bill, tú
sabes algo; dímelo ya —dije.
Bill— Dilo tu
mejor.
(Tú)— ¿Estás
seguro de que quieres que yo te diga mis sospechas? —sonreí.
Bill— Claro —asintió.
Suspiré.
(Tú)— Desde que
Santiago me contó que te visitó… ha estado raro. ¿Sabes a lo que me refiero? Siempre
me habla de ti, me ha insistido mucho en que viniera a visitarte; entonces todo
fue encajando: tal vez yo no daba cuenta hasta ahora, pero Santiago puede ser
bien un espía para ti. Ok, hicieron las paces, pero él no es de ir a visitar a
alguien todos los días al hospital: tal vez él no te lo había dicho, pero
detesta a los enfermos en el buen sentido y a los hospitales —dije.
Noté como Bill se ponía nervioso.
(Tú)— ¿Santiago te
dijo lo mismo que yo cuando hablamos por celular aquella vez: que aunque yo no
estuviera aquí contigo estaría preguntando por ti cuando pudiera?
Bill— Mmm, sí.
(Tú)— Entonces
seguramente te dijo que yo estaba viniendo acá a hablar con el doctor para que
me diera un reporte de tu estado en general —lo miré con los ojos
entrecerrados.
Bill— Solo una vez
me lo dijo.
(Tú)— Bill, no
seas mentiroso: ¿cuántas veces te lo dijo? —insistí.
Bill— Solo una vez, lo juro.
Lo miro a los
ojos. Nada.
(Tú)— Bien. ¿Sabes
otra cosa? No quería verte… porque algo me estaba poniendo muy tensa y
nerviosa. Él día en que Santiago me contó que te visito, me dijo que hablaron
de muchas cosas: una de ellas fue que hablaron de mí; yo conozco a ese mocoso
dese hace 2 años y medio y sé perfectamente cuando algo no está bien. Me dijo
que hablaron de cosas de ustedes los chicos y cosas así.
Momento de supervivencia mode on.
Necesitaba sacarle información a Bill indirectamente. Con eso, Bill se puso más
tenso y de la nada soltó mi mano. Estaba confirmando algo que me tenía sin
dormir y nerviosa. Sabes a lo que me refiero.
(Tú)— ¿Puedo saber
de qué hablaron sobre mí? —pregunté tranquila— Solo es curiosidad: él me dijo
que hablaron de cuando tú y yo hablamos y te dejé colgado.
Bill— ¿Él…. Te lo
dijo? —preguntó shockeado.
(Tú)— No sé a qué
te refieras: ¿por qué sabes qué otras cosas pasaron antes de que Santiago me
contara todo eso? Un tipo extraño me ha estado dando notas que dan mucho de qué
hablar sobre canciones de los Beatles, otra chica me da un papel con un
fragmento de una canción de amor y aparte que Santiago me habla mucho de ti.
Tengo miedo: necesito saber de qué y cómo hablaron de mí ese día.
Bill— No… no puedo
—negó con la cabeza.
Joder, joder: estoy acabada. Bill no
hablaba y mis sospechas se confirmaban más y más cada segundo; por mi mente
pasaron todas las notas que el mimo y la chica de la edad media me dieron, y
reviví en mi mente lo que Santiago me había dicho sobre Bill: “Y… ¿tú no has considerado la idea de que si
le gustas?”, “Mmm, ¿y a ti no te
gusta? Acuérdate de esa vez que dijiste que es atractivo”, “Eso me dolió: y eso que soy tu mejor amigo.
No a cualquiera le gusta ser mandado a la friendzone. Es feo”. Sí, ahí
estaba la respuesta a mi maldita duda. Abrí mis ojos como platos, me levanté
lentamente de la cama y negué con la cabeza. Bill no dijo nada.
¡Vamos, Bill!
Niégalo, niégalo por favor. ¿Por qué rayos estaba tan asustada en aceptar la
realidad? Yo le gusto a Bill, en serio.
(Tú)— ¡Santiago lo
sabía! Intentó hacer su papel de Cupido, pero le salió mal. Niégame lo que
estoy pensando, Kaulitz: dime que no es cierto. ¡Vamos! —dije.
Bill— Te lo juro
que no sé cómo, pero… me gustas —dijo asustado, apenado, preocupado.
Listo: yo le
gustaba a Bill Kaulitz. Santiago y Bill hablaron de mí porque yo le gusto al
rubio cabrón con problemas psicológicos. Por Santiago estaba a cada rato
insistiéndome en que lo viera, por eso me preguntaba como tomaría si Bill me
decía me gustas; por eso Bill estaba tan zalamero el día en que despertó, por
eso me dijo esas cursilerías cuando hablamos por teléfono. Ay, no. ¿Ves? Eso
era lo que no quería que pasara. Esto me había dejado confundida y aturdida.
Traté como pude de
tronarme los dedos nuevamente. Todo esto de alguna forma de recordó al momento
que viví con Tom: cuando le conté que me gustaba. Joder, estaba reviviendo
nuevamente eso, pero ahora sería yo quien lo mandaría a la friendzone. No, mierda, no puedo mandarlo a la
friendzone. “Admítelo: a ti también te gusta”, me gritó casi mi
subconsciente.
Sé que es normal
que le gustes a un chico y hasta orgullo te da saberlo, pero no es lindo cuando
es un loco alcohólico. ¡No! ¡No puedo gustarle a Bill Kaulitz!
Bill— Pasó… así,
por favor: si pensabas irte, no lo hagas. El día en que Santiago y yo hablamos,
él claramente me dijo que tú me amas… pensé que tardarías en darte cuenta, pero
te lo digo hoy y este momento: (Tú), me gustas.
Cerré los ojos con
fuerza y luego los abrí de golpe. ¡¿Qué Santiago le había dicho qué?! ¡¿Cómo
fue capaz de decirle tremenda estupidez
a Bill?! Ya no sabía que estaba pasando conmigo: tenía muchos
sentimientos encontrados.
(Tú)— No, eso no puede ser —respiro
profundamente—. Espera, Bill: estoy casi al borde del desmayo: esto es
increíble.
Bill— ¿Acaso no
puede ser que me gustes? No sé por qué demonios te pones así —dijo preocupado.
(Tú)— Santiago te
dijo mal la información: yo no te amo —dije seria.
Esto dejó a Bill
pasmado. Ya, tenía que soltarlo todo: debía mandarlo a la friendzone y luego
irme de aquí ya.
Bill— ¿Qué? ¿Estás
bromeando conmigo? Santiago me lo d…
(Tú)— ¡Santiago
está mal! Oh, Bill —dije asustada.
Bill— Estúpido
Santiago —susurró furioso.
(Tú)— Bill, esto
tengo que decírtelo. Es que… wow…
No dije nada.
Estaba repitiendo lo que me dijo Tom esa vez. No, no quería ser como él. Quería
hacerlo a mi manera.
(Tú)— Créeme que esto
ya lo estaba sospechando desde que me llamaste; y si pensaste que me gustabas y
que podríamos iniciar algo, no sé, lo que fuera —carajo, lo estaba haciendo de
nuevo. Suspiré, me acerqué a él—… lo siento: tú a mí no me gustas. Lo siento de
verdad.
Él cerró sus ojos
con fuerza y miró a otro lado. Para, para
(Tú): no le hagas daño a Bill. Tenía que decírselo. Me senté nuevamente en
el borde de la cama.
(Tú)— Somos
totalmente diferentes, entiéndelo. Esto era lo que no quería que pasara: ¿qué
hice para gustarte? ¿Cómo y cuándo te diste cuenta de ello?
Bill— Basta, para
ya. No digas más. (Tú), no me hagas quedar sin esperanzas de nuevo: quiero
salir del hoyo que me está consumiendo todos los putos días, quiero cambiar; el
día en que nos conocimos me hiciste reír y fue la primera risa que alguien
logró sacarme después de la muerte de Frances —dijo asustado.
(Tú)— Lo siento,
en serio: y no quiero lastimarte, pero estoy diciendo la verdad. No me gustas.
Entiende que yo no soy tu boleto para salir del tu mundo de tristeza: no soy tu
ángel de la guarda. No. No soy nada de eso.
Bill— ¡Carajo! No
me hagas esto: ¿es tan malo que a un cabrón con problemas psicológicos, como tú
me llamas, le gustes? ¿Estás verdaderamente traumada por lo que te hice? (Tú),
puedo cambiar si tú estás ahí conmigo, pero no siendo amigos —susurró.
(Tú)— No me hagas
decirte verdades que te dolerán, por favor: acéptalo. Aprende a aceptar tus
realidades.
Bill— ¡Es que no
quiero aceptarlo, (Tú)! —exclamó casi al borde del llanto.
Y me tomó del
rostro con sus dos enormes manos. No quería dejarlo así de lastimado: no tenía
a nadie más que a mí, ¿y yo lo único que podía hacer esa darle mi más sincera
amistad? Se acercó tanto a mi cara que por poco creí que iba a besarme, intenté
alejarme pero me retuvo ahí con fuerza; estaba confundida. Lo peor era que
ahora tenía una guerra en mi interior: mi subconsciente contra mí. Era una
guerra seria y difícil: ya no sabía qué hacer. Pensamientos malos estaban
llegando a mi cabeza: “sé su novia por
lástima”, “inicia algo con él y
cuando ya esté recuperado lo dejas para que cada quien viva su vida”.
Nos miramos a los
ojos. Él derramo solo dos lágrimas, pero yo no decía ni demostraba nada; ¿qué
iba a decirle? En ese momento me estaba arrepintiendo de todo lo que le había
dicho. Ahora estoy enloqueciendo: no sé
qué rayos hacer.
(Tú)— Seguro estás confundido y no te
gusto: solo quieres ser feliz, pero no de la forma en que lo deseas. Necesitas
a un amigo, o amiga como yo —asentí.
Bill— No estoy
confundido: tú lo estás. Vamos, (Tú): dame una oportunidad, quiero lograr
gustarte; no soy tan malo como crees, tenme lástima y acepta darme una
oportunidad.
Parpadeé varias
veces y sentí a Bill a nada… de mi boca. Estaba usando utilizando la táctica de
todo hombre para lograr convencer a una chica. ¿Qué le tuviera lástima? Eso es para mediocres. Me alejé un poco
pero él se acercó más.
Estaba entre la línea de aceptar su
propuesta y rechazarlo y no volver a verlo jamás.
Mmm, espero y
no se hayan enredad0 con los capítulos 16 y 18; ya ven como es Blogger: se pone
algo loco. Ayer fue el cumpleaños de los Kaulitz *u*, que hermoso; yo ansío a
que llegue el de Gustav♥. Gracias por leer.
yo si pude ver el cap 16 ase 6 dias creo lo subistes ami si me aparecio el cap ww eres muy talentosa sigue asi perdon si no comente en los caps anteriores esque ando bbien ocupada ultimamente
ResponderEliminarme gusto sube pronto :D