18 de septiembre de 2013

Capítulo 21



Días después Bill por fin había salido del hospital, cosa que me empezó a preocupar: se me venían muchas cosas por hacer, estaría cargada de trabajo todo el día. Debía pensar en un plan para no exprimirme tanto. Bill se puso terriblemente feliz cuando supo que sería libre de ese hospital; firmé varios papeles leyendo cada uno —incluyendo las molestosas ‘letras chiquitas’— y verificando que todo estaba bien, después pasé rápidamente a una farmacia para comprar las medicinas que el doctor nos había indicado, en fin: fue todo en relajo.
    A las 1.36 pm recibí una llamada de Bill y no contesté hasta la tercera vez que me llamó. Estaba trabajando y no podía dejar que me vieran pues me quitarían el celular; como pude contesté.

    (Tú)— Bill, estoy trabajando —susurré.
    Bill— Lo sé y lo lamento, pero es que ya me han dado de alta —dijo nervioso.
    (Tú)— ¿Qué? —fruncí el ceño. Miré a todos lados y noté a Santiago mirándome con preocupación— ¿Ya? ¿Tan pronto?
    Bill— Pues sí: me lo dijeron así nada más. ¿Qué hacemos? —me preguntó.
    (Tú)— Bueno, ¿no te podrás quedar ahí un rato? No puedo pedir permisos ahorita para salir temprano —dije preocupada y mirando a todos lados nuevamente.
    Bill— Le diré al doctor ¿vale? —dijo.
    (Tú)— Si te dice que sí se lo agradeceré mucho; no salgas de ahí hasta que yo salga del trabajo ¿ok?
    Bill— Sí, sí.
    (Tú)— De acuerdo, entonces… hasta entonces nos vemos. Por cierto: si te dice que sí me llamas para que esté enterada.
    Bill— Sí, adiós. Te quiero.

    Apreté mis labios en una fina línea y colgué: aún era difícil para mí decir ese tipo de cosas. Le conté a Santiago todo el asunto y aún así él tampoco podía hacer algo. Tuve que esperarme justo hasta las 2.25 pm cuando volvió a llamarme Bill diciéndome que el doctor si aceptó que se quedara hasta que yo saliera del trabajo.
    Rato después salí: a las 5.00 pm exactamente. Tuve que pedirle dinero prestado a Santiago para poder comprarle ropa nueva a Bill: no podía salir con la ropa que llegó aquí. Me encaminé con Santiago al hospital casi trotando, llegamos y nos adentramos al elevador; nuevamente miré hacia la cámara del elevador y alcé mis pulgares.

    Santiago— ¿Por qué saludas a la cámara? —dijo extrañado.
    (Tú)— Para calmar los nervios —bufé.

    Llegamos al piso indicado y ahí se desenvolvió todo el relajo que ya te había contado antes.

    (Tú)— Bien, estás fuera, Bill —sonreí de lado.
    Bill— Se siente bien ser libre —soltó una risita.

    Tomamos un taxi rápidamente para no ser vistos. Por desgracia Shannon ya no estaba: seguramente hoy no le tocaba cuidar a la tía —y extraña— Marilyn. En el camino el taxista siempre miraba al espejo retrovisor, comenzaba a sospechar que Bill Kaulitz el empresario se había subido a un taxi común y no a su lujoso auto.

    Santiago— Mmm, ¿cuál es el siguiente paso? —me dijo.
    (Tú)— Shh, con calma. No puedo pensar aquí con calma: me siento NERVIOSA—dije, mirando disimuladamente al taxista.
    Santiago— Ok, ok: ya en casa hablaremos de ella.

    Bill nunca dijo algo, y me puso contenta el que lo hiciera. Nos hicimos aproximadamente media hora o 25 minutos a casa; al llegar Bill fue el primero en salir, luego Santiago y al último yo.

    (Tú)— Aquí tiene —dije, dándole al taxista el doble de la cuota.
    X— Ahorita le doy su cambio —dijo.
    (Tú)— Quédeselo: es algo como una recompensa indirecta —dije tranquila.

    El tipo entendió y asintió, me alejé de ahí y le aventé las llaves a Santiago para que abriera, hecho eso entró Bill primero, luego yo y al final Santiago. Los dos chicos se sentaron y yo comencé a caminar de un lado de otro.

    (Tú)— Ok, Bill ya salió y ahora el dilema: ¿en dónde se va a quedar? —me cruzo de brazos.
    Bill— Puedo irme a mi casa y cuidarme solo, nena —comentó.
    (Tú)— No, no puedes ir ahí —lo miré seriamente. Ambos sabíamos el por qué.
    Santiago— Puede quedarse en mi casa —intervino el castaño.
    (Tú)— ¿Saben qué? Bill, te quedas aquí y punto —fruncí el ceño—. Uno: tu casa, Bill, está llena de cosas que detesto; dos: Santiago es tan extraño con las visitas —dije mirándolo.
    Santiago— Mmm, ¡puedo hacer una excepción con él! —sonrió.

    Niego con mi dedo índice.

    (Tú)— Ok, ok, todo depende de ti Bill, tampoco voy a forzarte: ¿quieres quedarte aquí? —lo miré.
    Bill— Es que… bueno, no sé: ¿tú quieres que me quede? —dijo tímidamente.

    La verdad sí quería que se quedara: así estaría más segura de que estaba a salvo y observaría que se tomaría toma la medicina. “¿No será por otra cosa?”, me dijo mi subconsciente con una mirada burlona.

    (Tú)— Por eso te estoy preguntando, Bill —sonrío.
    Bill— Mmm, bueno, si Santiago y tú están de acuerdo…

    Miro a Santiago rápidamente, él se encoje de hombros mientras asiente.

    (Tú)— Entonces te quedas —asentí—, pero mañana necesitaré ir a tu casa —me estremezco un poco— para ir por tu ropa y… así.
    Bill— ¿Podré acompañarte? —me miró.
    (Tú)— Mmm, claro —me encojo de hombros—: supongo que no habrá problema en ello.

    Comenzamos a platicar sobre la pequeña mudanza de Bill entre los tres; estaba… un poco emocionada por que Bill estaría aquí, claro, temporalmente. Sabía los riesgos de tener a alguien aquí y más si era Bill: cuando él se fuera yo no iba a querer dejar de verlo, pero a eso me atenía. Estoy ya advertida.
Bill no me cuestionó nada de lo que pasó el domingo pasado, no lo he notado molesto o algo parecido; el lunes que fui a verlo actúo normal, como si no hubiera ido nunca su mamá.
    Y eso era lo que ahora me tenía algo preocupada: ¿qué haría ahora la señora aquella cuando no viera a su hijito en el hospital? Qué bueno que no sabe en donde vivo, sino ya la tuviera aquí casi matándome.
    Rato después Santiago se fue, dejándonos solos. Esto era algo más incómodo que estando en el hospital; debía acostumbrarme a esto.

    (Tú)— Bill —lo miré con desaprobación—, soy ayudante de cocinero en ocasiones: eso me da méritos —dije, volviéndome al fregadero para lavar los últimos trastos.
    Bill— Ok, tienes razón —dijo—. ¿Sabes hacer paella? —preguntó.
    (Tú)— Sip, es algo fácil.
    Bill— ¿Crees que algún día podrías hacérmelo?

    Termino de enjuagar todos los trastos con rapidez, me seco las manos y me recargo del fregadero para mirar a Bill. ¿Por qué le dará tanta pena preguntarme algo? Todo el rato ha estado así desde que Santiago se fue.

    (Tú)— Ok —me cruzo de brazos—, ¿puedes decirme por qué estás tan tímido? Bill, desde aquí hasta que te vayas está será tu casa ¿vale? No sé por qué te pones tan… así —dije extrañada.
    Bill— (Tú), lo siento: creo que debo acostumbrarme a esto —se encoje de hombros.
    (Tú)— Pareces un niño cuando me lo preguntas con miedo… Ok, cuéntame que pasa ahí. ¿Frances era mala contigo para la comida? —sonrío con burla, aunque después me arrepentí de haberlo hecho. Me siento frente a él y lo miro.
    Bill— ¿Prometes no burlarte? —me dijo.
    (Tú)— Con cualquier cosa que me cuente mi novio jamás me burlaría —dije esbozando una sonrisa.

    Bill suspiró y tomó mis manos.

    Bill— La paella me recuerda a unas vacaciones que tuvimos una vez mi familia y yo, justo en España: mis padres, mi hermano y yo cuando niño. Papá era fan de esa comida y la mía también comenzó a serlo, pero después pasó algo —niega con su cabeza varias veces— y bueno… cuando quería que mi mamá hiciera paella ella misma me regañaba y me mandaba por un tubo, en fin. A Frances nunca se lo comenté y nunca le pedí algo así, pero… creo que ahora no me resistí y te lo dije —noto como sus mejillas se ponen coloradas y agacha la cabeza.

    Lo miro sin alguna expresión y asiento. No pude evitar sentir una pisca de intriga por lo que me había contado Bill, pero decidí dejarlo así: no le preguntaría más a menos de que él me lo quisiera contar, aunque a decir verdad ya me estaba imaginando todo.

    (Tú)— ¿Pensabas que te mandaría por allá? —me mira y asiente— ¿Es que no me tienes confianza aún siendo novios? —dije indignada— Bueno, si ves a tu mamá y luego a mí hay mucha diferencia… así que yo no voy a ser como tu madre algo salvaje: yo te haré esa paella cuantas veces quieras —sonrío—. Claro, a las 3 o 4 de la madrugada ya no —suelto una risita.
    Bill— ¿De verdad harías eso por mí? —alzo sus cejas.
    (Tú)— Seguro, ¿por qué no? —me encojo de hombros.

    Ambos nos levantamos y nos abrazamos. Pobre de Bill, a veces pienso que él está más jodido que yo.
    Cambiando de tema… me sentí muy cómoda estando en los brazos de Bill. Tú sabes, brazos fuertes y grandes que pueden abrazarte toda… muy cálidamente. Ok, eso fue muy explícito. Nunca antes en mi vida había sentido un abrazo tan sincero y lindo, aunque suene cursi; no quería soltarlo. “¿Ves? Los efectos del enamoramiento”, me dijo mi subconsciente.

    Bill— ¿Por qué diablos serás tan perfecta? —me dijo, apoyando su barbilla sobre mi cabeza.
    (Tú)— Yo no soy perfecta: también tengo mis defectos como tú y el resto del mundo —digo.
    Bill— Para mí eres y serás perfecta —me da un beso en la cabeza.

    Me separo un poco de él y lo miro, me besa tiernamente y finalmente nos separamos completamente. Ayudar a quienes lo necesitan para que se sientan bien, aunque eso implique un riesgo.

    (Tú)— Bien, entonces ¿para cuándo desearía usted, chico rubio, esa deliciosa paella? —lo miré divertida.
    Bill— Solo tómalo como un aviso, pero… lo pediré para ocasiones especiales ¿sí? —sonríe.
    (Tú)— Seguro —asiento.

    Guardamos silencio. Que incómodo era esto.

    Bill— Gracias.

    Sonrío y lo tomo de la mano, yéndonos a mi habitación. Sería la primera vez que un chico dormiría conmigo, en la cama de mí habitación; si sabes a lo que me refiero ¿no? La costumbre de estar sola y luego de la nada tener a alguien durmiendo a tu lado es… pufs.
    Fui al baño a cambiarme: un short simple y una playera enorme con estampado casual, le presté a Bill un pants negro y una playera grande también —que era de Bon Jovi, por cierto—: me gustó como se veía.

    (Tú)— ¿Cómo te ves? —lo miro de arriba hacia abajo— Pues… sí, bien —alzo mi pulgar derecho y sonrío.
    Bill— ¿Solo bien? —alzo las cejas.
    (Tú)— Bien guapo —suelto una risita.

    Bill agachó su mirada y rió.

    (Tú)— Eres tan nena —murmuré.

    Me miró con sus ojos entrecerrados y sonrió. Luego fuimos a la cama y platicamos un rato; al final quedamos profundamente dormidos.

* * *

El primer día que Bill se quedó fue… un caos. Le dejé hecho el desayuno antes de irme junto con sus medicinas: él aún seguía durmiendo y no me pude despedir de él. Me fui tranquila esperando a que cuando despertara leyera una nota que le había dejado junto a las medicinas; llegué al trabajo e hice mi rutina. Esto que diré es algo aparte, pero Travis se comportó algo extraño conmigo hoy y no me gustó para nada eso —luego lo contaré después—.
    Me llamó justo como le había puesto en la nota y me contó rápidamente todo lo que había hecho en la mañana. Con eso bastó para que yo estuviera tranquila y después seguí con mi trabajo; Santiago me contó que tal vez iría conmigo a ver a Bill un rato: ambos ya se llevaban muy bien.

    Santiago— Yo creo que se complementan: ambos están… mal —me dijo.
    (Tú)— Pues creo que sí.

    Para cuando salimos del trabajo y llegamos a casa escuché ruidos extraños en mi habitación. Detuve a Santiago y tomé una pequeña navaja (de tan solo 10cm la hoja y 6 el mango), pues yo tenía armas escondidas en casi todos lados por si ocurría algo; no evité sentir miedo por Bill: si alguien se metía ¿qué iba a hacer él? No podría hacer un movimiento fuerte.
    Caminé hacia la habitación, los ruidos eran un poco más grandes: se escuchaban como si estuvieran sacando cosas de metal. Más y asusté, y al entrar y casi grito. Santiago ya estaba detrás de mí.

    (Tú)— ¡Bill! —grité. El me miró asustado. Corrí hacia él y le quité lo que tenía en las manos— ¿De dónde sacaste eso?
    Bill— Solo… vi algo debajo de tu cama, me llamó la atención y lo saqué: no me imaginé que fuera algo así —dijo apenado.

    Efectivamente: Bill había sacado todas mis armas largas de aikido —eran ‘espadas’ pero no armas de fuego— altamente peligrosas, más para él que no sabía usarlas. Tenía en las manos una especie de espada llamada ‘Katana’ de 77cm de largo con todo y mango; qué bueno que había llegado a tiempo.
    Traté de no enojarme: él no sabía de esto. De hecho, ni Santiago lo sabía.

    Santiago— Increíble, (Tú) —dijo impresionado, viendo las armas regadas.
    (Tú)— ¡No es increíble, Santiago! —exclamé asustada— Bill ya se hubiera volado la mano: esto no es cualquier cosa; y luego la sacas —miro a Bill—. Ten cuidado para la próxima: yo tengo miles de estar escondidas por toda la casa para protegernos de cualquier cosa —suspiro y niego con la cabeza—. Solo no las toques, no las saques y listo ¿sí?
    Bill— E… está bien —asintió.

    Guardé cada una de las katanas de diferentes tamaños en sus estuches junto con los tantos —cuchillos, algo parecidos a las navajas— y los Jo —unos palos de madera—, y las guardé debajo de mi cama. Gracias al cielo que no había sacado otra bolsa: ahí tenía más armas de madera, pero muy filosas.
    Entonces tuve que hacer una revisión forzosa en mi clóset, debajo del sofá, debajo del fregadero y en otros lados: ahí también tenía más cosas punzocortantes. Todo estaba bien ahí y listo. Sufrí un susto de muerte.
    Hoy es el tercer día de estancia de Bill. Todo ha ido bien hasta entonces; Bill ya sabe qué hacer y qué no hacer con respecto a mis cosas de aikido y mis cosas personales. Va aprendiendo y ambos hemos asimilado el estar juntos en mi casa, ya no me siento tan incómoda como el primer día.

    (Tú)— ¿Eso es todo? —lo miré y luego a las 3 maletas llenas de ropa y artículos varios.
    Bill— ¿Es poco? —mordió su labio inferior.
    (Tú)— ¡Es mucho! —dije irónica— Pero bueno, ya todo está listo. ¿I pad? —pregunté.
    Bill— Sí —contestó.
    (Tú)— ¿Llamada al cerrajero para el cambio de cerradura y nueva llave?
    Bill— Sí.
    (Tú)— ¿Papeles de importancia?
    Bill— Ya guardados en la maleta.
    (Tú)— ¿Revisaste todo 2 veces?
    Bill— Oh, sí —asiente—. (Tú), a veces pienso que eres igual a como Santiago antes —dijo.

    Río.

    (Tú)— No pienso regresar allá de nuevo, por eso te lo pregunté —dije.
    Bill— Mmm, de acuerdo.

    15 de abril. En la televisión se ha disparado el rumor de que Bill estuvo en el hospital por varios días, todo mundo comienza a querer saber más de ese asunto. Ahora más que nada he estado de aquí para allá para hacerle las cosas a Bill: fui a comprarle un celular —y me dolió tanto haber sacado de mi dinero al banco—, fui a cancelar todas sus tarjetas, he hecho llamadas a la empresa general de Bill que está aquí en la ciudad, en fin. No quiero que Bill haga muchas cosas ahora, por el momento: entre más quieto esté mucho mejor.
    Clare suele visitarme… porque ya también está enterada de que somos novios Bill y yo; solo 3 personas lo saben y me han jurado no decir nada a nadie.  Esto es tan frustrante. ¿Qué? ¿Ahora falta que Tom venga con Jennifer y se enteren también? Mentiras everywhere. Una vez Clare vino me preguntó si realmente quería a Bill y lo negué rotundamente; Bill estaba tan “enamorado” de mí que no veía lo asfixiada que me tenía con todas sus palabras y… actitud, aunque realmente ya me estoy acostumbrando a esto, ya vivo con ello.
    Retomando el asunto, he hecho ya muchas cosas para Bill y también para mí: tengo clases de aikido cada 3er día, más el trabajo en el restaurante y todavía llegar a casa para cuidar a Bill si es cansado. Lo hago en el buen sentido. “Lo haces porque te gusta Bill, no me engañes”, me dice mi subconsciente.
    Dejamos las maletas en el suelo y voy a acostarme en el sillón. Travis me dijo el domingo que posiblemente ahora descanse solamente esos días y salga temprano los sábados — ¿quién lo entiende?— como solía hacerlo. Bueno, creo que estaré bien con mi antiguo horario.

    (Tú)— Mmm, ¿ya pensaste lo de Santiago? ¿Quedarte con él en su casa? —le pregunté.
    Bill— No quiero separarme de ti —dijo.
    (Tú)— Bueno, solo será un día: yo no te diré nada cuando vayas a trabajar —sonrío de lado.

    Se pone frente a mí en cuclillas y me mira. No sé, me gusta mucho su cara: es perfecta, y además he visto muchos avances: menos depresión, más positividad —no como la mía, claro: ahí yo le gano—. Estoy viendo con mi psiquiatra pasado si podría ayudar a Bill o si podría recomendarme un grupo de ayuda para AA (Alcohólicos Anónimos): Bill está dispuesto a cambiar por mí, cosa que me pone feliz.

    Bill— Bueno, tienes razón. ¿Tú quieres que vaya a su casa? —me mira suspicaz.
    (Tú)—  Como quieras, pero él está casi emocionada para que vayas —lo miro.
    Bill— Entonces iré: necesitas descansar de mí —dijo burlón—. Además creo que servirá para hablar de nosotros los chicos —ríe.
    (Tú)— ¿Ustedes los chicos? —frunzo el ceño.

    Y una duda que había tenido desde que lo conocí asalto mi mente, y por obviedad tenía que decirle a Bill.

    (Tú)— A todo esto, ¿tú qué edad tienes? —inquirí.
    Bill— ¿Estoy muy viejo acaso?
    (Tú)— Solo curiosidad, más no dije eso.
    Bill— Tengo 23 —sonríe.

    Abro mis ojos como platos y mi boca formando una gran O. ¿Bill Kaulitz tenía 23 años? ¿Y así de solitario —bueno, ahora ya no tanto— y loco era? No, bueno: yo lo creía de 30 años o mínimo 27; estoy sorprendida: nuestra diferencia de edad no es mucha, solamente 3 años. Bill ríe aún más por mi expresión y me acaricia la mano.

    Bill— ¿Qué? —dijo.
    (Tú)— Perdóname, pero yo te creía de 30 años o no sé —dije sorprendida—: la… barba… Tú sabes.
    Bill— Supongo que tienes razón —se encoje de hombros—, todo mundo me dice eso. Pero bueno, ya hablando de edades… ¿cuál es la tuya? —me mira curioso.
    (Tú)— ¿Qué edad aparento? —alzo las cejas.

    A mí siempre me habían dicho que yo aparentaba tener 3 o 5 años menos de los que tenía, así que debía comprobarlo una vez más con Bill. Lucía muy concentrado en adivinar mi edad, casi como si fuera a ganar un premio jugoso si acertaba… Más allá de eso, la mirada de Bill era tan…, penetrante, intimidante, calculadora. Tenía que decir algo ya para que no me pudiera nerviosa.

    Bill— Lo tengo, mmm… ¿18? —me mira confuso.

    Sonrío y niego con la cabeza.

    Bill— ¿Qué? —exclamó indignado— No me digas que soy novio de una chica mayor que yo —dijo.

    Me siento y Bill se levanta para acostarse en mis piernas, dejando la mitad de sus piernas fuera del sillón. Comienzo a acariciar su cabello mientras escucho a Bill decir una sarta de palabras. He comprobado mi hipótesis.

    (Tú)— Bill, tengo 26 —digo con total seriedad.

    Sus ojos se abren totalmente, no decimos nada y luego suelto una risita.

    Bill— ¿Es en serio? Se supone que… el hombre… tú sabes —murmuró.
    (Tú)— ¡Obvio no! —río— Tengo 20.
    Bill— Oh, rayos: me asustaste —dijo.

    Sin ningún motivo le di un beso rápido en la boca; ya era parte de la rutina.

    (Tú)— Pero bueno, regresemos al tema: irás a la casa de Santiago y yo… iré por ahí —me encojo de hombros—. Eso sí: Santiago ya me dijo una vez que le preguntas cosas por mí ¿eh? No hagas eso: yo misma te diré todo lo que quieras saber de mí, pero a su tiempo.
    Bill— Lo siento, pero… ¿te digo la verdad? Tú sabes más de mí que yo de ti y eso me frustra; nunca hablas de ti y cuando yo te pregunto algo me evades, ¿crees que no conozco tu táctica? —frunció el ceño.

    Suspiro. Él tenía toda la razón: siempre lo evadía. La verdad es que nunca habría tiempo para decirle a Bill sobre mí. Lo miro.

    (Tú)— Lo sé, tienes mucha razón, pero lo hago por algo. ¿Sabes? Estoy más jodida que tú de lo que aparento —asentí— y no quiero contaminarte con mis problemas…, por eso hago lo que hago. No es de mucha importancia.
    Bill— ¿Me contarás por qué estás más “jodida” que yo alguna vez? —me preguntó.
    (Tú)— Seguro —le doy otro beso rápido en la boca.

    Necesitaba cambiar de tema ya.

    Bill— Bueno, entonces voy a casa de Santiago —sonríe.
    (Tú)— No hagan estupideces: recuerda que aún estás en recuperación —entrecierro mis ojos.
    Bill— Claro, dulce enfermera.

    Le doy un suave golpe en la frente y él hace un mohín.

    (Tú)— Qué chistoso.






Perdón por la tardanza xD… Mmm, próximamente subiré un oneshoot: son varias ideas que se me vienen a la cabeza y escribo para pasar el rato, como le llamo. Es para que no se me aburra tanto xD. Gracias por leer.

4 comentarios:

  1. ayyyyy cada vez esta mas lindo esto por dios sube en cuant puedas un beso

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  2. ¡Dios! de verdad adoro lo que escribes, es tan wow...
    Deseo leer más
    Cuídate mucho, bye.

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  3. wow me encanto ya me imagine las espadas uff que miedo ok no mucho
    me alegro que Bill salio del hospital
    sube pronto plisssss
    bye besos

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  4. me encantooo
    esta genial el cap
    perdon por no comentar antes es que la universidad me mata
    espero el prox
    bye cte:)

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Gracias por comentar(: